Artículos del día 20 de enero de 2007

Entre locos: Pájaro bobo y Zaratustra

Muerto Friedrich, padre y maestro, en un ataque de locura, que siempre fue una manera saludable, gloriosa e incluso heroica de morir, Zaratustra, a la sazón más hombre que superhombre, escribió a su amigo Pájaro bobo, que ya entonces vivía y sobrevivía en tierra de fenicios, a la vora del mar de la Sargantana, meridiano de las Columbretes; exactamente, ciento veinte millas al oeste de la isla de Sardinia y, aproximadamente, doscientos ochenta y cinco de las de Pantelería y Lampedusa, hoy refugio de alcatraces y ayer de piratas sarracenos.

El profeta misántropo, nacido en la patria o Heimat de los teutones, frontera con Eslavia, le preguntaba si en el país de su admirado caballero Don Quijote aún quedaba algún lugar en el que, por ignoto y remoto, pudiera vivir lejos de hombres y mujeres, entregado por entero, sin trastornos ni perturbaciones, a sus prácticas y sus cavilaciones —adorar al Sol cada mañana, a la hora del alba, y blasfemar a voz en grito para conciliarse/reconciliarse con la Divinidad y mastubarse el cacumen con sus ensoñaciones y sus dèries durante las noches de luna—, en espera de su enésimo y postrer retorno/resurrección.

Pájaro bobo le contestó a vuelta de correo que, efectivamente, conocía un paraje adecuado a sus exigencias y necesidades. Con montañas y aguas y bosques y follajes primigenios en abundancia, y casi sin seres humanos. Además era fama, a buen seguro infundio surgido en las leyendas prehistóricas de las montaraces y belicosas tribus de las comarcas vecinas, que sus habitantes no hablaban, pues no tenían ni lengua ni lenguaje, y tampoco leían por la sencilla razón de que ni sabían leer ni tenían libros. Se decía incluso que, en la iglesia, el anciano sacerdote, intérprete y albacea de la voluntad de Dios, amén de ministro del Señor y custodio vitalicio de la santa Hostia, explicaba el evangelio de Cristo y la doctrina cristiana a sus atentos y siempre silenciosos feligreses con ademanes y gestos [nunca pecaminosos y, aún menos, obscenos], realzados con interminables rosarios de mimos, muecas y aspavientos.

La misiva de Pájaro bobo, el infraescrito, estaba redactada en alemán, última koiné de los amantes de la letra menuda y los miembros de la sigilosa hermandad de los Hijos de la Idea, e iba acompañada de un mapa de la Hesperia ibera y, dentro de él, un recuadro de la comarca y el paraje con todos sus nombres en lengua vernácula y algunos, sólo los más notorios y conocidos por hechos históricos o accidentes geográficos, en el latín de la Universidad de Salmántica.

Al cabo de algunos meses, Pájaro bobo recibió con gozo y alborozo, teñidos con un sí es no es de pasmo y zozobra, una carta garabateada en una letra como de persona perturbada. En el sobrescrito podía leerse: «Al muy ilustre señor hermano de Don Quijote». Y en el escrito: «Las Batuecas, 25 de enero de…». A partir de aquí, letra y garabatos eran ilegibles. Para colmo, el papel estaba arrugado y sucio.

Así que leyó o, por mejor decir, descifró, como pudo y hasta donde pudo, el mensaje de su alma gemela y amigo muy querido, Pájaro bobo, incapaz de dominar sus emociones y asimismo de razonar y ordenar sus ideas, tomó una decisión: ir a ver al hombre superhombre, al que había conocido, hacía ya varias décadas, en el manicomio [¿clínica psiquiátrica?] de Jena junto a varios genios de la música y el teatro, pues tenía el convencimiento de que, como éste estaba bastante más loco que él y por lo tanto sabía e incluso veía muchas cosas que él ni sabía ni veía, a buen seguro que le explicaría y le mostraría con toda su retórica y toda su prosopopeya, los ojos en blanco fijos en el infinito, algunas de tales cosas, fueran o no fueran de provecho para su espíritu y/o su andorga.

Idiolecto (I): ¿cebolla o capullo?

Como todo bicho viviente, pensante y hablante, Pájaro bobo tiene su idiolecto, un idiolecto formado, lógicamente, por conceptos y palabras de vario origen. Su núcleo duro y más sólido corresponde al español en cuanto lengua, cultura e incultura, con aportes de un dialecto extremeño que, tras recoger experiencias de la infancia y la vida en familia, se trunca bruscamente en los años cincuenta del siglo XX. A ese núcleo semántico-genético han ido sumándose en el curso de la existencia gemas del latín, el griego, el catalán, el inglés y, sobre todo, el alemán, amén de otras, no tan estructuradas pero igualmente válidas, del italiano y, en mucha menor medida, el francés. Pájaro bobo afirma que su idiolecto es dádiva del cielo y fruto de su [eterna] vida de emigrante [Oh, felix culpa!], nunca de apátrida. De hecho, como emigrante se procuró una formación intelectual que, por europea, en nuestros años cincuenta y sesenta estaba reservada rigurosamente a los hijos de las familias más pudientes, únicos que podían estudiar, y estudiaban, en el extranjero. Según él, la Ausbildung [formación intelectual] es siempre y necesariamente una Einbildung [imaginación]; o sea, tanto el fruto de una imaginación individual como el conjunto de un imaginario personal, pues, como nos enseña el ascético y atormentado «maestro» Ludwig Wittgenstein, «los límites de mi lengua son los límites de mi mundo [imaginado]». Pájaro bobo afirma que, al menos en su caso, el idiolecto —cebolla o capullo— es un thesaurus y ese thesaurus un tesoro.

 

Aclaraciones. 1) Wittgenstein utiliza la palabra Sprache, que significa lengua, no lenguaje. 2) Si aquí se le llama «maestro» es porque fue, entre otras muchas cosas, maestro de escuela. 3) El participio «imaginado», añadido a su conocida cita después de «mundo» con valor de referente cardinal, es obra de Pájaro bobo y, por lo tanto, también responsabilidad suya.

Próximo colgajo de la serie:

Idiolecto (II): La colonia de los tres superinos

Otra teoría del caos: lógica y logística

Desde hace años, Pájaro bobo viene predicando en su espelunca que —adaptaciones y relaciones aparte— la inteligencia consiste esencialmente en simplificar mental y empíricamente, en términos de racionalidad y economía, métodos y procedimientos entendidos como caminos de acceso a lo que queremos. Ya el padre Hegel escribió algo así como que la racionalidad consiste en obrar [más que en pensar] de acuerdo con un fin. En opinión de nuestro cavernícola eso significa, verbigracia, que, una vez situados ante un problema, debemos dar por válidas todas aquellas aportaciones y sólo aquellas que ayudan a resolverlo. Cultivar y potenciar las aportaciones convergentes e ignorar, no combatir, las aportaciones divergentes. Por lo común, combatir las aportaciones divergentes genera confusión, dispersión y distracción, lo que a su vez significa abrir nuevos frentes y agrandar el problema o crear otros nuevos (aporías y/o bucles sin fin). Alguien dijo: un problema bien planteado es un problema resuelto en el cincuenta por ciento.

De acuerdo con la teoría del caos ideada por Pájaro bobo, toda aportación que no reduce el caos lo aumenta y toda aportación que aumenta el caos dificulta su solución y su disolución. Hechas las debidas adecuaciones, el razonamiento es válido para cualquier problema y cualquier situación práctica no deseada. Sé convergente y serás positivo, my friend.