Filosofía de la chapuza
A juicio de Pájaro bobo, la chapuza linda en el plano horizontal —en cuanto modus operandi— con el bricolaje, hijo del módulo artesano-industrial y la faceta puramente utilitaria del do it yourself (hazlo tú mismo), mientras que en el plano vertical —en cuanto modus vivendi— tiene por compadre y compañero de fatigas al trapicheo, forma de comercio genuinamente autóctona vinculada tradicionalmente a una sociedad, la española, que no conoció una revolución industrial propiamente dicha cuando procedía.
Históricamente, chapuza y trapicheo se inscriben en la economía de subsistencia que caracterizó de manera especial los años de nuestra guerra y nuestra doble posguerra con su larguísima secuela de hambrunas y privaciones, mientras que el bricolaje, nombre incluido, llega a la España mesetaria en el último tercio del siglo XX, momento en el que cruza nuestra frontera norte proveniente de la Europa del supermercado común.
Pero si el trapicheo es esencialmente comercio al por menor, chapuza y bricolaje son ante todo industria individual y, ahora más que nunca, autónoma. Y si en el trapicheo se merca y se mercadea, se permuta y se conmuta todo lo que tiene valor de uso y/o valor de cambio, siempre merodeando furtivamente a lo largo de la linde oscura y difusa de la legalidad/ilegalidad, en la chapuza, practicada por afición o necesidad, se habilita y se rehabilita, se enmienda y se remienda lo que convenga o haga falta, desde los utensilios y enseres hogareños hasta el tejado de la casita de campo y el chiringuito playero, pasando por la baca del todoterreno multiuso. Los suyos son siempre trabajos de carácter esporádico o intermitente que se ejecutan, ora a destajo, ora a ratos en fiestas de guardar, esquivando de modo permanente el fisgoneo del Fisco, de la autoridad competente/incompetente, de los civiles y de la pestañí, mientras que en el bricolaje, centrado en el ensamblaje de piezas y elementos modulares o no modulares, concurren y conspiran la destreza digital, el ingenio y cierta inspiración artístico-artesanal. De hecho, no pocas de nuestras labores de bricolaje pueden pasar perfectamente, y con plena dignidad, por exponentes e incluso por creaciones de escultura actual, muy concretamente de la que acumula a mansalva cachivaches y artefactos sin tener en cuenta para nada ni su genealogía ni su función específica y real, toda vez que lo único que busca es beneficiar sus formas o, por mejor decir, el impacto visual producido por el conjunto de sus formas.
A estas obras debemos añadir aún las que, una vez aderezadas con la debida denominación de origen, estarán en condiciones de dar el pego, y de hecho lo darán, como productos de esa artesanía india/hindú/indostánica/indonesia, sahariana, subsahariana, oriental y extremooriental que se exhibe y en ocasiones también se vende en los grandes almacenes y en las cacharrerías ambulantes/transhumantes de nuestros moritos sietisientas y nuestros angelitos negros.
Después de practicar la chapuza durante más de un cuarto de siglo como promotor, ingeniero, maestro de obras, operario y, cuando fue menester, peón de brega, siempre con una fruición y un entusiasmo más propios de quien disfruta trajinando de cintura para arriba que de quien soporta de mal grado la ominosa maldición bíblica, Pájaro bobo ha elaborado una especie de guía teórico-práctica destinada a los que petenden realizar trabajos de construcción, deconstrucción y/o reconstrucción en sus viviendas. Conceptualmente, la guía, redactada en una prosa digamos que asequible e incluso amena, es a todas luces deudora del sistema concebido y formulado por un tal Benito (o Baruch) Spinoza, judío holandés descendiente, según los anales, de una familia de marranos radicada en la villa burgalesa de Espinosa de los Monteros.
Por suerte para nuestra doliente humanidad, una vez que consiguió cubrir las necesidades de su andorga puliendo lentes en el Amsterdam del siglo XVII, Baruch —o sea, Benito—, pobre en pecunia pero rico en imaginación (capacidad creadora) y talento (capacidad ordenadora), se sumergió en profundas cavilaciones y, al cabo de los años, articuló sus ideas filosoficas y teológicas en un sistema integral y unitario que expuso y explicó razonadamente por vía geométrica (more geometrico) a partir de Dios como Substancia eterna y necesaria. El suyo es, pues, un universo sin vacíos, lagunas o fisuras, habida cuenta de que, según sus propias palabras, «el orden y la conexión de las ideas son idénticos al orden y la conexión de las cosas».
A lo largo de su vida, Pájaro bobo ha tenido presente el esquema general, incluida la correspondencia idea-cosa, del ingenioso judío de ascendencia burgalesa y lo ha aplicado, evidentemente a su manera, en infinidad de parcelas pertenecientes en apariencia, sólo en apariencia, a campos o mundos dispares. Discursee ante conocidos o desconocidos, escriba algo para el periódico o maquine sigilosa y minuciosamente una chapuza, él empieza siempre por elaborar un esquema lógico y coherente, lo más amplio posible, de lo que piensa y quiere y, acto seguido, procura plasmarlo en la realidad, convirtiendo sucesivamente cada una de sus ideas en otros tantos hechos o, dicho con voz de Wittgenstein, estados de cosas (Sachverhalte).
Evidentemente, aquí quien dice hechos o estados de cosas dice también palabras, aunque sólo sea porque, como afirman los lingüistas, muchas de nuestras pretendidas acciones son sólo actos de habla. En cualquier caso, lo que importa es saber que en el ámbito misterioso/luminoso de esa correspondencia mora la racionalidad en cuanto proceso lógico y expresión de lo aprendido por la mente y devuelto a los sentidos para que podamos llamar por su nombre a cada una de las cosas que percibimos y/o hacemos.