Idiolecto (I): ¿cebolla o capullo?
Como todo bicho viviente, pensante y hablante, Pájaro bobo tiene su idiolecto, un idiolecto formado, lógicamente, por conceptos y palabras de vario origen. Su núcleo duro y más sólido corresponde al español en cuanto lengua, cultura e incultura, con aportes de un dialecto extremeño que, tras recoger experiencias de la infancia y la vida en familia, se trunca bruscamente en los años cincuenta del siglo XX. A ese núcleo semántico-genético han ido sumándose en el curso de la existencia gemas del latín, el griego, el catalán, el inglés y, sobre todo, el alemán, amén de otras, no tan estructuradas pero igualmente válidas, del italiano y, en mucha menor medida, el francés. Pájaro bobo afirma que su idiolecto es dádiva del cielo y fruto de su [eterna] vida de emigrante [Oh, felix culpa!], nunca de apátrida. De hecho, como emigrante se procuró una formación intelectual que, por europea, en nuestros años cincuenta y sesenta estaba reservada rigurosamente a los hijos de las familias más pudientes, únicos que podían estudiar, y estudiaban, en el extranjero. Según él, la Ausbildung [formación intelectual] es siempre y necesariamente una Einbildung [imaginación]; o sea, tanto el fruto de una imaginación individual como el conjunto de un imaginario personal, pues, como nos enseña el ascético y atormentado «maestro» Ludwig Wittgenstein, «los límites de mi lengua son los límites de mi mundo [imaginado]». Pájaro bobo afirma que, al menos en su caso, el idiolecto —cebolla o capullo— es un thesaurus y ese thesaurus un tesoro.
Aclaraciones. 1) Wittgenstein utiliza la palabra Sprache, que significa lengua, no lenguaje. 2) Si aquí se le llama «maestro» es porque fue, entre otras muchas cosas, maestro de escuela. 3) El participio «imaginado», añadido a su conocida cita después de «mundo» con valor de referente cardinal, es obra de Pájaro bobo y, por lo tanto, también responsabilidad suya.
Próximo colgajo de la serie:
Idiolecto (II): La colonia de los tres superinos
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