Artículos del día 17 de febrero de 2007

Estatut fotut = Statut kaputt

Ultimamente, en la prensa catalana/catalanista [dígase La Vanguardia] hemos podido leer y percibir que los propulsores y valedores del último Estatuto de Cataluña están acongojados por la suerte que, si sant Jordi no lo remedia, muy probablemente va a correr el texto, punto de partida de una última y definitiva empenta [empuje] hacia la independencia del Principado. Según ellos mismos, «la independencia tendrá que esperar».

Jordi Pujol gimotea porque ve que «el Estatuto está contra las cuerdas», pero sobre todo porque, aunque no lo diga, ve que se esfuma su mesiánico sueño de pasar a la historia como el Ben Gurión de los Países Catalanes o, al menos, de la Cataluña Sur. Imagino que va a tener que delegar esa tarea y legársela a su hereu [heredero], que, a decir verdad, no es ni Hereu ni alcalde. De momento.

Otros hablan de entierro del hecho diferencial [catalán] y, no obstante, sostienen que hay que esperar tiempos mejores; dos o tres años, tal vez más. Por último, un escriba o escribano se ha referido a las competencias transferidas a la Generalidad y, al verlas en peligro, ha dejado dicho y escrito con falsa cara de niño: «Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita».

Pero entonces alguien con mando en plaza se ha dirigido a los conjurados y les ha comunicado a modo de orden: «Colorín colorado, este cuento se ha acabado».

Consideraciones intempestivas

Primera consideración intempestiva:

Cuanto más fuerte sea el enfrentamiento entre los dos grandes partidos nacionales tanto más débil será España; cuanto más débil sea España tanto más fuerte será el separatismo; cuanto más fuerte sea el separatismo tanto menor será la capacidad de los españoles para decidir el destino de su país [¿puedo decir patria?] en libertad y democracia.

Segunda consideración intempestiva:

La unión de los ciudadanos, de todos los ciudadanos, debe basarse no en un pacto o una alianza sino en el cumplimiento de la ley. No es lícito pactar con quienes infringen grave y/o gravísimamente la ley; son delincuentes. Y, evidentemente, si un jefe de Gobierno pacta con delincuentes que no han cumplido su condena, también delinque.

Tercera consideración intempestiva:

Si un Parlamento autoriza a un jefe de Gobierno a pactar con delincuentes (en este caso, criminales) que no han cumplido su condena, delinque por partida doble: porque concede una autorización ilícita e ilegítima y porque es responsable del delito o delitos del autorizado.

Cuarta consideración intempestiva:

Si la Judicatura de un país, sea éste el llamado España, tiene conocimiento de que Parlamento y Gobierno están infringiendo la ley (en este caso la Constitución) y, en vez de defender sus competencias y con ellas la persistencia del Estado de Derecho, se inhibe…

Así hablaba Pájaro bobo…

Primera embajada del carallot Carod

A Pájaro bobo se le ha ocurrido proponer al carallot Carod que abra su primera embajada en las islas Columbretes. El señor embajador, un subalterno suyo que domine todas las lenguas de los Países Cataláunicos y dos docenas de variantes dialectales, se alojaría en el Palafito de los Alcatraces, en espera de más honroso destino; por ejemplo, Marruecos, sí, sí, Marruecos.

De momento no estaría de más que el señor Moratinos se diera una vuelta por la isla de Alborán. Desde allí podría otear las tierras de la morería, incluido el peñasco de Perejil. ¿O acaso cree nuestro titular de Asuntos Exteriores que no hay moros en la costa?

Explicación.  Para Pájaro bobo la palabra catalana carallot equivale en cierto modo a botarate. En sentido estricto debe aplicarse para caracterizar a una persona falta de juicio y/o de sentido de la responsabilidad. 

Miguel, Miguel

Cuando alguien de la familia de Pájaro bobo, algún amigo o algún conocido de la parentela tiene un problema con su ordenador, Miguel se lo arregla al momento, pero, por favor, que a nadie se le ocurra preguntarle qué ha hecho o cómo lo hace. No entenderá nada. Miguel es Miguel.

Hace muchos años, en Plasencia, Pájaro bobo tuvo un profesor de matemáticas —don Marcos— que solía decir: «Las cosas, viéndolas, es como se ven».

Dentro de unas semanas Miguel se va a Berlín. ¿Quién dijo: «Ich bin auch ein Berliner?»

Hasta ahora Pájaro bobo acostumbraba a decir que tenía tres hijos: dos españoles y uno alemán. Superinos y aconductats van en otra cuenta.

La colonia aumenta

Pájaro bobo tiene la impre de que la colonia de los superinos ha aumentado. Hay un nuevo satélite. Cuenta, identifica, nombra: el blanquito, al que llama Pichón, los dos atigrados, Rabiacán uno y Rabiacán dos, y ahí, pegado a la pared, acaba de llegar un cuarto. Es negro como Blacky, pero ¿cómo le llamamos? Ya está: Blacky dos.

Vamos a ver qué dice y hace el Menesteroso, aunque ya ahora tengo la impre de que los va a querer y cuidar a todos por igual.

San Pedro ciruelo (cuento extremeño)

Para
María Fernanda y Rosario

Allá por los años cuarenta de ese siglo que ha pasado a ser historia, don Cipriano ejercía su ministerio como pastor de almas en un pueblo de la Alta Extremadura. Situado en una de las estribaciones de la sierra de Gredos y más concretamente en la ladera que mira a Poniente, el pueblo tenía abundantes aguas y, gracias a ellas, multitud de huertas y huertos enriquecidos con árboles frutales. Según el censo municipal, el número total de éstos oscilaba en torno a los quince mil quinientos entre cerezos, higueras, perales, ciruelos y especies menores, pero sin contar las encinas, los robles, los alcornoques y, por supuesto, tampoco los castaños. En realidad, los castaños eran con mucho los árboles más numerosos, ya que cubrían las lomas que se escalonaban desde el fondo del valle hasta la cota alpina.

Con la ayuda de su sacristán, don Cipriano cumplía dignamente su misión y salía adelante con cierta holgura, de modo que, después de cuidar de las cuatro mil quinientas almas de su parroquia, aún le quedaba tiempo cada día para rezar el breviario, hojear/ojear algún periódico de la capital, colaborar en la labranza de su huerto y, a media tarde, echar una partida de ajedrez con el secretario del ayuntamiento o, en su ausencia, con algún otro devoto feligrés.

A pesar de que los vecinos del pueblo eran pacíficos y la precariedad de la posguerra los mantenía unidos y sumisos, don Cipriano estaba un poco dolido con ellos y sobre todo con el alcalde. Terminada la guerra, la parroquia, dedicada a San Pedro, seguía sin tener una imagen digna de él en el retablo del altar mayor, pero como el pueblo ya estaba costeando las obras de restauración de la ermita del Cristo de la Salud, el buen hombre no se atrevía a aumentar la cuota mensual de las familias, ni a poner más cepillos en las capillas laterales de la iglesia, ni siquiera a hacer una colecta navideña.

Un día del mes de mayo, más apesadumbrado que de costumbre, o acaso inspirado por el Espíritu Santo, don Cipriano llamó a Antonio, que era a un mismo tiempo sacristán, subdiácono, tallista imaginero, mozo hortelano y subalterno suyo, y le pidió que convocara a los feligreses para el primer domingo de junio, a las cinco de la tarde, en la iglesia parroquial.

Así que hubo congregado en su iglesia al pueblo de Dios, el solícito pastor le expuso su idea de que entre todos debían poner remedio a tan ominosa carencia, que, según el magisterio papal, avalado por doctísimos Padres de la Iglesia, era poco menos que un pecado de iconoclasia.
La palabra escandalizó a muchas almas sencillas, hasta el punto de que el alcalde, temeroso de que el pueblo viviera una escena más propia de la República que de la nueva era, se lo comentó a Antonio, pero éste, asesorado por su superior, le explicó como pudo que todo era mucho más elemental; según don Cipriano, en la iglesia de San Pedro debía haber una imagen del apóstol, pues los fieles no tenían ni a quien rezar ni a quien pedir ayuda en sus tribulaciones.

Uno de los pocos que no se escandalizó, por la simple razón de que no acudió a la asamblea parroquial, fue Salustio el Centauro. Salustio era todo un personaje no sólo en el pueblo sino incluso en la comarca. De él se contaban infinidad de historias, unas relacionadas con mozas y otras con fechorías, bravuconadas o hazañas guerreras. De acuerdo con Pájaro bobo, investigador histórico-folclórico del municipio a partir de la segunda República, el nombre de Centauro se lo puso Aurelio el Morgaño, vecino suyo, una noche en la que Salustio, que entonces debía de tener unos quince años, se presentó en su casa y, como si hablara a borbotones, se puso a contar que iba a comprarse una moto para subir con ella al Pinajarro, que era y, cabe suponer, sigue siendo la cumbre más alta de toda la sierra. Nada más oírlo, Aurelio dio un salto y gritó: ¡Salustio, eres un centauro! Y con el nombre de Centauro se quedó para el resto de su vida, a pesar de que a él no le hacía ninguna gracia y prefería el de Salustio, que según le habían explicado en la escuela, era el de un célebre escritor romano.

Un día de principios de 1937, cuando estaba en la estación esperando que pasara algún tren con víveres o pertrechos de guerra, le cogió la basca y se subió a un vagón que le llevó directamente el frente. Nada más llegar, sin preguntarle siquiera cómo se llamaba, le dieron un fusil con la correspondiente munición, y Salustio, que tenía a la sazón unos 17 años, estuvo disparando sin parar hasta que terminó el combate. Entonces se le acercó el jefe de la unidad (por lo que se supo después, un militar de alto rango) y le entregó un uniforme de legionario y una medalla con el Cristo de la buena muerte, pues, según declaró solemnemente, se lo merecía «por valiente y porque trepaba montaña arriba más deprisa que nadie».

El bueno del Centauro siguió en el frente, disparando a troche y moche, siempre protegido por su medalla, hasta el punto de que un día, en un combate, ésta le salvó la vida, ya que una bala fue a estrellarse justamente en ella.

Al mozo le gustaban la guerra y la manera de combatir de los legionarios, pero sin que sepamos cómo, pues él nunca quiso explicarlo, se pasó al bando republicano y, ya en tiempos de la retirada, huyó a Francia, donde se incorporó a la Resistencia. Aquí estuvo luchando dos años, hasta que, dada su condición de comunista convencido y militante, fue seleccionado para formar parte de una delegación de republicanos españoles que debía visitar la Unión Soviética y asistir oficialmente al desfile del primero de mayo en la Plaza Roja. Si nos atenemos a sus palabras, esto debió de ocurrir en torno a 1940.
Cuando, transcurridos ocho años desde su marcha, el Centauro volvió al pueblo y contó sus aventuras como guerrero, aderezadas con historias de mozas –milicianas españolas, resistentes francesas y camaradas comunistas–, sus amigos se las creyeron todas, en especial las de mozas, pues hay que decir que el Centauro, además de valiente, era un muchachote de buena planta.

Así que don Cipriano se enteró de que había llegado al pueblo un ex combatiente republicano, consultó a Antonio y éste le contó sus andanzas y algunas de sus proezas. En resumen, «un buen muchacho, noble y bruto como un toro; un alma descarriada».
Con estos antecedentes, el cura decidió visitar al Centauro, que, al poco de llegar, se había instalado en una especie de cortijo que compró junto al río, en un paraje conocido con el nombre del Salobral. Allí pasaba los días y las noches, siempre trajinando y siempre rodeado de sus animales; a veces, en vez de labrar el campo, se iba de caza con los perros, sin escopeta, para no levantar sospechas.

Así que vieron avanzar por el camino una figura humana toda vestida de negro, los cuatro perros del Centauro, asilvestrados como estaban, se pusieron a ladrar en coro como si hubieran visto al demonio, pero no se atrevieron a acercarse a ella. Su amo compareció momentos después y, como llevaba la camisa al estilo legionario con su
Cristo de la buena muerte bien visible en medio del pecho, el visitante aprovechó el detalle para decirle con retintín: «Hombre, veo que eres creyente…» «Bueno, la verdad es que me salvó la vida. Por eso lo llevo siempre en el pecho, aunque la verdad es que yo… Sí, eso, soy comunista, bueno, bueno, bolchevique territorial. ¿Sabe usted, don Cipriano? He estado en Rusia, en Moscú, en la Unión Soviética».

Al Centauro se le humedecieron los ojos y empezó a soltar palabras en una lengua extraña, tan extraña, que don Cipriano no entendía nada. En un primer momento le pareció griego, luego búlgaro cirílico y por último ruso. Pero no se asustó. Meditó unos segundos, pidió inspiración al cielo y luego le dijo a su nuevo feligrés: «Mira, yo sé que eres buena persona. Aquí, en el pueblo nadie te va a molestar, ya le tengo dicho a Adolfo, sí, a Adolfo, el cabo de los guardias civiles, que te deje en paz, que tú no vas a armar bronca ni hacer propaganda a favor de los ateos. Lo mejor para todos es que te quedes en casa con tus perros y tus ciruelos. Y a propósito de ciruelos, ¿qué vas a hacer con esos troncos que tienes ahí, junto a la parra?» «Pues guardarlos para hacer fuego con ellos en invierno». «Entonces, ¿me darías uno?» «Pues claro que sí, don Cipriano. Pero, ¿para qué quiere usted un tronco de ciruelo?» «Ya te lo explicaré».

Al día siguiente, Antonio se acercó al cortijo del Centauro con su burro, cargó el tronco de ciruelo más grande y macizo que encontró cabe la parra y se lo llevó a su casa, donde le esperaba el señor cura, que, nada más verlo llegar, le ordenó: «Ya puedes empezar».
Y así lo hizo. Como el subalterno del señor cura manejaba la gubia con pasmosa habilidad y destreza, en poco menos de un mes puso a punto una figura de San Pedro con las medidas del Cristo que había hecho para la ermita de la Salud. Las dos imágenes estaban talladas en madera de ciruelo, pero mientras en el Cristo Antonio había aprovechado la resina que desprendía la madera para simular las lágrimas de la Pasión, en el San Pedro, advertido por don Cipriano, tuvo mucho cuidado en que la cara resplandeciera de pura bienaventuranza.

Cuando Antonio terminó de tallar la imagen del santo, don Cipriano fue a verla y juntos acordaron pedir al obispo de la diócesis que acudiera al pueblo para consagrarla oficialmente. «Y ¿qué hacemos con nuestro Centauro?» preguntó Antonio en el momento de despedirse. «A mí, lo único que se me ocurre –repuso su superior– es invitarle a que venga a verla. Así, al menos conseguiremos que se acerque a la iglesia». «No vendrá, estoy seguro de que no vendrá, don Cipriano». «Eso ya lo veremos. Ten en cuenta que, modestia aparte, yo tengo cierta influencia en el cielo». «Pues mejor para usted». «Tú lo que tienes que hacer es dejarte caer un día por el cortijo del Centauro como quien va de caza y entre gazapo y gazapo le preguntas si quiere ver el tronco de ciruelo, mejor dicho, lo que has hecho con él. A ver cómo respira». «Lo que usted diga, don Cipriano».
Nadie en el pueblo supo nunca qué le dijo al Centauro el sacristán la mañana en la que, acompañado de sus tres galgos y sus dos lebreles, éste se personó en el cortijo del Salobral. Lo cierto es que el primer domingo de julio de 1944, a las doce de la mañana, cuando el ministro del Señor, revestido de pontifical, salió de la sacristía y se dirigió al altar mayor para celebrar la santa misa, el alma descarriada apareció en la iglesia, fijó los ojos en el retablo y, así que vio la imagen del santo apóstol allí, en todo lo alto, exclamó como si no quisiera creer lo que veía:

«Ay, San Pedro, yo te conocí ciruelo
y de tu fruto comí;
los milagros que tú hagas
que me los cuelguen a mí».

Hervás, agosto de 2003

Nota. Escribí este cuento durante el mes de agosto de 2003, cuando me alojaba con Margarita, mi señora, en un apartamento del antiguo Hotel Sinagoga de Hervás. Como de costumbre, Blacky estaba con nosotros. Mientras contemplaba el Pinajarro, que me parecía tener al alcance de la mano, recordé leyendas, hechos, dichos y personajes de mi niñez. La imaginación y un cariño teñido de nostalgia hicieron el resto. Se prendió fuego en el monte, y un presagio me hizo saber que sería mi última visita.

Caerá la noche
sobre el bosque en llamas
y arderá mi pueblo
arderá mi casa
arderá mi río
arderá mi infancia

Alquimia política: el método fenicio

Primero se maquina y se elabora una realidad ficticia, después se convierte esa realidad ficticia en realidad oficial y, por último, la realidad oficial es bendecida, presentada y vendida como realidad social auténtica y democrática.

Margarita, el Menesteroso y los Superinos

Margarita trae el parte: «Los Superinos están muy bien atendidos; tienen manjares de todo tipo. Se ve que el Menesteroso es un tutor solícito y generoso». Pájaro bobo sólo tiene que pasar lista y revista.

Ignominioso, vergonzoso, delirante

En el último o, para ser exactos, penúltimo Estatuto de Cataluña se habla de las aspiraciones del pueblo catalán. Lo que no se dice, ni se ha dicho ni, por lo que veo y preveo, se dirá nunca abiertamente, es que la sociedad catalana está formada por dos comunidades sociolingüísticas: la española o castellana (55 por ciento de la población) y la catalana (45 por ciento de la población).

Ésa es la realidad social, realidad social que debería servir de base al Estatuto catalán, a todos los estatutos de esta España desgarrada y traicionada por vendedores de humo.

Ignominioso, vergonzoso, delirante.

¿Deseos imposibles?

Pájaro bobo, alienado y esquizofrénico por designio divino, siempre se ha sentido atraído, a un lado, por el orden cósmico (¿inhumano?) y, a otro, por criaturas condenadas a vivir en la miseria. Entre los grandes sueños de su vida tiene anotado: pasar una temporadita a la sombra con quinquis, manguis, afines y homólogos, dormir algo así como un par de meses en una estación de metro con miembros del lumpen urbano y suburbano, hacerse amigo de un perro callejero y aprender a sobrevivir con él y como él, frecuentar puentes, desguaces, banlieues de inmigrantes/emigrantes y urbanizaciones, polígonos y suburbios con botellón y botelloteca, escuchar las historias y leyendas de mendigos borrachines y caritativos con saco de dormir y vivir, contratar los servicios de una puticlista o una concubina con mucha experiencia y mano izquierda pero sólo para que le cuente sus experiencias, pues siempre se ha dicho que las damas de este gremio [conocidas en otro tiempo como hermanitas de la caridad] son grandes psicólogas, instalarse sin contrato de alquiler o con contrato indefinido en una casa ruinosa y compartir suciedad, humo, tabaco y potaje con inmigrados del sur, del este, de las Indias Occidentales  y del septentrión hasta que el cuerpo ya no aguante. Okupas, fuera.

La verdad es que, además de ésos, tiene otros deseos acaso no tan imposibles pero sin duda más pecaminosos y menos confesables. Deseos de envergadura.

Nota 1. Es sabido que el pobre Friedrich, cuando ya tenía la cabeza como un sonajero y no daba pie con bola, seguía empeñado en trajinar de cintura para abajo y pedía a voz en grito, en sueños y en vigilia, vírgenes y más vírgenes.

Nota 2. Alguien ha dicho que el ser humano es lo que piensa. Pájaro bobo considera en cambio que todo ser, humano o no humano, es lo que ha vivido.