David, David
Margarita abrió la puerta, y ante nuestros ojos apareció una gitanita con un bebé en brazos y un niño pequeño asido a su cuerpo. La gitanita pidió asilio. Nos contó que el niño tenía cuatro años, que se llamaba David, que lo había tenido con un moro, del que se había separado porque la pegaba, y que ahora vivía con un payo. Pero el payo la había echado de casa. El bebé, de pocos meses, lo había tenido con él. El payo quería al bebé, porque decía que era suyo; pero no quería a David, porque decía que no era suyo. Una tragedia hecha de un cúmulo de tragedias. ¿Qué podíamos hacer? El que ha vivido una guerra y una posguerra como niño huérfano sabe lo que es desamparo y lo revive cada vez que un ser desvalido llama a su puerta.
Les dimos de comer, se lavaron y se quedaron a dormir. A la mañana siguiente, nuestra hija Ana acompañó a David hasta el colegio. La gitanita —Chelo— cuidó del bebé. Por la tarde, Ana los llevó en coche a la estación. Después nos contó que, desde que bajó del coche hasta que llegó a la estación, David estuvo mirando hacia atrás. Y así sigue en mi memoria y en conciencia: mirando atrás en busca de un padre…
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