Pájaro bobo ha tenido noticias de Zaratustra, que sigue residiendo en las Batuecas, exactamente en un paraje de la vertiente de la sierra de Gata que mira al Norte y a Poniente, ya en la raya de Portugal. Allí vive desde que una noche feliz, cosmogénica, se le reventó el cacumen, se le iluminó la frente y dio en loco. En su carta, escrita por párrafos en alemán, en griego, en latín y en español caballeresco-quijotesco, Zaratustra le cuenta a Pájaro bobo, amigo, discípulo y por ende aspirante a loco, que está contento, que allí, en aquel otro mundo que ahora es su mundo, puede gritar y blasfemar como Dios manda, que está escribiendo un libro, el último, que ya lo tiene casi terminado fertig!, que los indígenas le quieren, que le llevan melones de secano con semillas de color del oro y unos frutos a los que ellos llaman sandías de árbol, que cada día tres lobeznos como tres angelotes puros y salvajes acuden a comer de su mano y en su mano, siempre al amanecer y al anochecer, que los domingos por la mañana, entre las siete y las ocho, va a la iglesia del pueblo, que no es pueblo, tampoco villorrio, sólo alquería, que primeramente habla con Dios en latín y en griego y, después, en vernáculo con el señor cura, que se llama Francisco y es persona ilustrada y de buenos sentimientos, que el otro día encontró un raposo herido, junto a un arroyo, que se lo llevó a su espelunca y que ahora el raposo, que responde a la voz Menschenfreund (Amigo del hombre), come y duerme con él, que cada mañana se levanta con el Sol, padre de todas las criaturas, y que cada noche habla con las estrellas, amigas y compañeras de infortunio, que una noche estuvo a punto de tocar una con la punta de los dedos, que una voz o espíritu llegada o llegado del Cosmos (das All) le ha comunicado con sigilo que la Tierra, el universo, todos los universos, el Cosmos, están a punto de vivir/revivir un cataclismo que será como un Big Bang que pondrá fin a todos los Big Bangs, que el Cosmos ya no existe, que, en realidad, no existió nunca, que, en realidad, siempre fue sólo una idea de Dios, acaso, necesariamente, la única idea de Dios, que cuándo él, Pájaro bobo, le hará el honor de visitarlo, que ya le tiene preparado un huerto de regadío con una humilde y muy historiada y muy sabia teoría de acequias árabes para que juegue en ellas y con ellas, que qué libros lee y quiere leer, que allí, en su monte, que es su patria, hay animales, no alimañas, que se puede dormir a pierna suelta, que lamentablemente allí no hay ni doncellas ni concubinas de caderas anchas, que, por no haber, no hay ni siquiera puticlistas para reclutas y otros menesterosos, que ya ha hablado con un gañán y le tiene reservado un monte como el suyo, cerca del suyo, que allí puede montar su tienda, su morada o su tabernáculo, que naturalmente allí, en el monte, también hay sitio para su industria, con subalternos o sin subalternos, que no sea malpensado, que no piense en el Gólgota, que a ser posible se dé prisa en ir, que él, Zaratustra, siente, presiente que su hora se acerca. Que si no puede ir, que le escriba, que le envíe su testamento o legado, que quiere ponerlo junto al suyo, el de Zaratustra, en el libro testamento que está escribiendo.
Postdata
En una primera postdata, garabateada en alemán y en letra gótica, el profeta, loco y amigo Zaratustra explica a Pájaro bobo que el protagonista del libro testamento que está escribiendo es a la vez Superhombre y Mesías, pero que no quiere asignarle estirpe judía, que qué opina al respecto él, escrutador primigenio e infatigable del alma humana, unermüdlicher Urforscher der menschlichen Seele.
En una segunda postdata o, más bien, nota a pie de página, apenas legible, Zaratustra pregunta a su amigo cuál es la palabra española de etimología griega que significa mujer de caderas anchas.
Así escribía Zaratustra…