Zapatero-Rajoy: un combate sin historia
A decir verdad, a Pájaro bobo no le sorprendió el debate Zapatero-Rajoy. Tampoco lo siguió de cerca, sólo a ratos, incapaz de liberarse de un persistente dejà vu. El debate fue como un combate de boxeo entre dos púgiles que buscan el cuerpo a cuerpo sin ser fajadores ni tener cualidades para ello. A los dos les falta el punch demoledor de un Joe Louis, la intuición pugilística de un Whitetaker y el «instinto asesino» de aquel Rocky Marciano que encandilaba a los cronistas americanos en la época dorada del pugilismo, las mafias y el gangterismo. Lejos, muy lejos de los años veinte y los años cincuenta del siglo veinte, Rajoy busca el cuerpo a cuerpo porque no sabe hacer otra cosa, pero no tiene instinto asesino; nunca lo ha tenido y es de esperar que nunca lo tenga. Zapatero es el púgil con planta y estampa, sonrisa incluida, de estilista. De entrada se gana a la mitad del auditorio. Empieza con un baile, sigue con un amago/escamoteo en forma de promesa y, gracias a su juego de piernas, termina el asalto con otra sonrisa. Ni siquiera se ha despeinado. Pero el condenado miente como una rata. Acumula deuda sobre deuda. Deudas de palabra, deudas de obra, por escrito y con testigos. Y sigue mintiendo. Y sigue negando que ha dicho lo que ha dicho. Una vez, dos veces, veinte veces. A los ojos de Pájaro bobo, lo del tal Zapatero es un caso patológico.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿miente Zapatero cuando dice que no miente o no es consciente de que mintió y miente?
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