Artículos del día 13 de agosto de 2007

La guerra secreta de Maragall

Respuesto del último soponcio, Pasqual Maragall ha empezado a merodear sospechosamente por el ringside político, y, a pesar de toda su pachorra y su modorra consuetudinarias, se diría que está a la que salta. El hombre tiene dos dèries u obsesiones/manías: acabar con Montilla, el homúnculo utilizado por el tal Zapatero para desposeerle del cargo de presidente de la Generalidad de los catalanes y luchar—léase intrigar— por la independencia de Cataluña de acuerdo con el proyecto confederal y la soberanía compartida, que después será partida y repartida. Como puede verse, el angelito está nuevamente en forma. ¿Y Zapatero? ¿No se la tiene jurada?  Pues claro que sí, pero eso va para largo.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿cuál será la próxima gran traición de Maragall?

El camino de la independencia: caos y malversación de fondos

Desde los tiempos históricos de las grandes revoluciones sabemos que promover el caos es uno de los metodos preferidos por quienes aspiran a subvertir el orden político-social existente. La fórmula es: cuanto peor, mejor. El objetivo inmediato es sumir a la sociedad en el caos y culpar tanto de ese caos como de todos los demás males a los opresores. El mensaje es: «Cuando nosotros lleguemos al poder, esto será un paraíso». De paso, con ello se justificaban todas las malversaciones de fondos públicos y no públicos que cometían los presuntos salvadores de la sociedad. Justamente ahí estamos. Ahora, en Cataluña está en marcha un proyecto secesionista que utiliza con habilidad y perfidia esos y otros muchos métodos igualmente ilícitos. El Tribunal Supremo, el Tribunal Constitucional, el gobierno de España y el conjunto de los españoles deben saber que la independencia de Cataluña se está financiando con el dinero de la nación y en contra de la nación.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿no es eso, entre otras muchas cosas no menos graves, una flagrante malversación de fondos?

Razón ética del insulto y la blasfemia

En una situación aceptablemente democrática en la que todos y cada uno de los ciudadanos disponen de medios legales y mínimamente equitativos para expresar sus opiniones de manera racional no parece que sea ni necesario ni aceptable insultar y blasfemar. En cambio, en una situación de dictadura encubierta como, por ejemplo, la existente ahora en Cataluña, se explica e incluso puede llegar a justificarse en cierta medida que alguien decida hacer uso de esos recursos, habida cuenta que, en última instancia, éste viene determinado por un estado de indefensión e impotencia. Entre la actitud sumisa de callarse e ir acumulando rencor en el alma y la de vomitar insultos y blasfemias, Pájaro opta por la segunda, pues la considera menos mala y, en contra de las apariencias, más ética. En definitiva es una manera de romper la coartada de los sustentadores de la dictadura, que son quienes realmente están en pecado mortal incluso en términos puramente cismundanos, aunque se apresuren a señalar al pecador público para conseguir tanto su estigmatización social como la justificación y, a ser posible, la perpetuación de un régimen esencialmente injusto por deliberadamente malvado.
Dos preguntas ingenuas e intempestivas
¿No es la irracionalidad una forma racional de luchar, al menos en determinadas situaciones, contra la perfidia y la injusticia asentada en la perfidia?
¿Es justo conceder a los sustentadores de estados de injusticia la seguridad de que no hay modo de hacer saltar por los aires esos estados, habida cuenta que ellos controlan todos los medios formalmente lícitos y legales?