Memoria de un hijo de la guerra
Ni falsa buena conciencia ni falsa mala conciencia
Con dos años perdí a mi padre, Miguel Ibero Alonso, obrero socialista asesinado, con tres compañeros suyos, en la madrugada del 13 de septiembre de 1936, junto a la ermita de Santa Bárbara del Puerto de Béjar, Salamanca. Cuarenta años más tarde tuve que ver cómo los separatistas catalanes utilizaban a los españoles residentes en Cataluña, entre los que me contaba y me cuento, para derrocar la dictadura de Franco, al fin y al cabo una dictadura española, y luego les imponían una dictadura catalanoseparatista y, por lo tanto, antiespañola. Concretamente en Sabadell, elementos catalanistas como Toni Farrés, presuntamente de izquierdas, actuaron como líderes de los obreros de las barriadas que protagonizaron las huelgas, las manifestaciones y, a la postre, el levantamiento general contra el régimen de Franco y, acto seguido, entregaron el poder a la burguesía catalana, a la que de hecho pertenecían, de acuerdo con un plan elaborado previamente. Una vez instaurada la dictadura catalanista, sus beneficiarios trataron de infundir a los disidentes, entre los que me contaba y me cuento, una falsa mala conciencia que debía constituir la base de sustentación y la coartada de su falsa buena conciencia. Y ahí siguen. Imagino que no debe ser fácil encontrar en la historia de España un caso de perfidia colectiva comparable. Miserables, miserables.
Confieso que no me gustaría morir con odio y rencor en el alma, pero aún menos con esa falsa mala conciencia que tratan de inculcarme. No creo que estén ahí mis pecados. En todo caso, mi gran pecado será mantenerme fiel a mis convicciones y gritar ahora y siempre ¡Viva España!