Chapuzas veraniegas
Pájaro bobo tiene a punto su equipo de colaboradores y/o subalternos para la nueva tanda de chapuzas veraniegas. Pretende cambiar las tuberías de la casa vieja, edificio de tres plantas, con cinco arrendatarios, veinte inquilinos y cuarenta comensales. Toda una tribu con sus correspondientes adláteres, dependientes y subdependientes. Además de las tuberías, Pájaro bobo quiere arreglar la terraza, cubrirla de nuevo con mosaico para eliminar humedades y otros daños y perjuicios. El equipo humano se compone de cinco productores dirigidos por él, en calidad de ingeniero jefe y capo mastro. Patrono y promotor, Pájaro bobo pasa revista a diario y paga a diario. Siempre a toca teja y siempre en metálico, que ya no es metálico pero sigue siendo lo más efectivo. Como en los viejos tiempos. Como en aquellos tiempos en los que, con menos años, tenía una recua de quince o veinte satélites del cono sur del otro hemisferio. Todos ellos eclipsados, todos ellos clandestinos, todos ellos con derecho a comer. Pájaro bobo, emigrante de por vida, evoca sus peores tiempos, también los más queridos, también los más humanos, también aquellos a los que ahora se aferra para mantener su fe en una utopía, la utopía del fin del mal. Mientras tanto piensa que cada ser humano es hijo de un montón de injusticias que a su vez hace de él padre de un montón de injusticias y de hijos nacidos en la injusticia y de la injusticia. Pájaro bobo pide perdón a aquellos a los que humilla, denigra y explota, máxime habida cuenta que, en tanto Dios no lo remedie, seguirá humillándolos, denigrándolos y explotándolos.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿qué es peor: explotar y dar de comer a alguien o no explotarlo y no darle de comer?
Claro, claro, eso es una argucia al servicio de una falsa buena conciencia…
Añadir comentario