Artículos del día 22 de septiembre de 2007

El ciudadano Albert Rivera y los trabucaires de Sant Jordi

La hora de la verdad: abajo los tópicos

Durante siglos, incluso durante milenios, fue fama que a los judíos no les iban ni las armas ni los actos violentos. Pero lo cierto es que esos judíos, con el nombre de hebreos o israelitas (hijos de Jacob), cruzaron el mar Rojo guiados por Moisés, judío, gentil o mischling, y llegaron a Palestina, donde siglos más tarde fundarían un Estado moderno a golpe de trabuco, sabotaje, guerrilla urbana y guerra en campo abierto. Habían destruido el mito, su propio mito, y el tópico de todas las historias de judíos. Las campañas del Sinaí, con la guerra de los Seis Días como culminación épica y gloriosa, fueron el cartel anunciador de una nueva manera de ver la vida y de ser vistos por los demás pueblos de la Tierra. Ahora, los judíos ya no se dejan matar y exterminar como en Auschwitz, sino que saben luchar e incluso matar como Dios manda. Los sesenta años del Estado de Israel son sesenta años de guerras y acciones de exterminio en los que el pueblo elegido ha llevado siempre no la mejor parte pero sí la parte menos mala. Y ahí sigue.
Durante mucho tiempo, en este caso infinitamente menos, se dijo que a los catalanes, acaso por razones de atavismo, no les gustaban los actos de violencia física y, mucho menos, las guerras y, mucho menos, las agresiones a cara descubierta; que, por razones de idiosincrasia o tarannà, en Cataluña nunca arraigarían los métodos de los vascos y los trabucaires etarras. Aun así, Pájaro bobo, por la parte que le toca como blanco anotado en las listas negras del Sanedrín, lleva tiempo observando, sin ningún miedo pero con creciente preocupación, la escalada catalanista-separatista y, paralelamente, la expresión de odio, arrogancia y sentimientos afines apreciable en los rostros de los más belicosos hijos de Sant Jordi. Ciertamente, las cosas han cambiado sustancialmente en treinta años. El ciudadano Albert Rivera, antes desnudo y ahora, además, con una bala auténtica en su carné nacional de identidad, es una prueba de ello.
Dos preguntas ingenuas e intempestivas
¿Por qué los aspirantes a asesinos se esconden y tienen miedo a sus víctimas?
¿Por qué las víctimas ni se esconden ni tienen miedo a sus potenciales asesinos?

Apuntes para una historia verídica de Cataluña: de una dictadura española a una dictadura antiespañola

A Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional, con el deseo de que Dios le conserve la docta ignorancia

Cuando en 1978 se instauró un régimen formalmente democrático de los Pirineos para abajo, elementos catalanistas, casi siempre camuflados en organizaciones religiosas, llevaban años, incluso decenios, intrigando en las entrañas de la dictadura. Una de las acciones más conocidas de aquella bona gent fue la campaña político-religiosa impulsada con el sibilino lema «queremos obispos catalanes», ya en las postrimerías de un franquismo agonizante pero aún temido por los habitantes de estas tierras en general y por sus cabezas pensantes e intrigantes muy en particular. Más tarde, y esto es sin duda lo más significativo de todo el hecho desde el punto de vista sociológico, esos mismos feligreses actuarán como elementos de contacto y enlace/trasvase entre el feneciente orden franquista y el emergente proyecto catalanista. Habida cuenta de la historia del Principado y la idiosincrasia de sus habitantes, se comprende que, después, colaboradores y colaboracionistas no sean anatematizados como traidores sino ensalzados tanto por su fidelidad al país como por su aportación a la nueva causa colectiva, pues con su labor contribuyeron decisivamente a que las instituciones catalanas no pasaran a manos extrañas y, en definitiva, no se desnaturalizaran y no se perdieran para siempre.
Como tantas veces en la historia, en aquellos años de incertidumbre los focos de rebelión abierta y espontánea surgieron en las barriadas de la gran urbe y en las ciudades de su cinturón industrial y fueron protagonizados, en la mayoría de los casos en solitario y a pecho descubierto, por los obreros españoles —comunistas y socialistas— en las calles y las fábricas. Fue la hora histórica de los charnegos y su incierta gloria. Mientras tanto, los líderes y los políticos catalanes preferían reunirse en sacristías y conventos, cedidos caritativamente por mossens y capellans, para dirigir las manifestaciones obreras y ciudadanas pero sobre todo para organizar y preparar la toma del poder, actividad sigilosa y doblemente desleal, practicada siempre y sólo a distancia. Así, cuando se instauró oficialmente la democracia en España y sus regiones, los conjurados ya tenían a punto un plan para que aquí el poder, todo el poder, pasara inmediatamente a manos catalanas, de modo que en Cataluña la política la hicieran los catalanes, sólo los catalanes, tanto para ellos como para los no catalanes. El plan consistía en copar la dirección y la estructura organizativa de todos los partidos del espectro político mediante un movimiento sigiloso y, a ser posible, rápido de expansión-monopolización horizontal, con objeto de que sólo hubiera partidos catalanes/catalanistas y todo aquel que votara tuviera que votar necesariamente catalanista. Así, la implantación de un régimen democrático en Cataluña constituyó un fraude y ese fraude respondió a una conjura. Los españoles de Cataluña fueron utilizados como fuerza de choque y carne de cañón en la lucha por el derrocamiento de la dictadura de Franco, al fin y al cabo una dictadura española, y luego fueron sometidos alevosa y deslealmente a una dictadura antiespañola. Gracias a su legendaria y acreditada perfidia, una comunidad sociopolítica minoritaria se impuso a una comunidad mayoritaria en una proporción del sesenta al cuarenta por ciento y la borró del mapa político, social y cultural, tan pronto como se hizo con el poder. Así se fraguó la imagen de una Cataluña política, social y lingüísticamente monolítica. Y ahí seguimos. Miserables, miserables.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿sería lícito que, ahora, esa situación fuera refrendada como democrática e inamovible por el Tribunal Constitucional con su veredicto sobre el último Estatuto de Cataluña?