Artículos del día 4 de enero de 2008

Montilla no quiere inmersión lingüística en su casa

En la era de la globalización, pertenecer exclusivamente, de por vida, a una cultura con una lengua minoritaria es un pesado handicap cultural, social y profesional

Según consta en diversos documentos, el niño Jorge Pujol (después Jordi Pujol) estuvo en el Berlín del nacionalsocialismo triunfante como alumno del Colegio Alemán de Barcelona. Entonces, primeros años cuarenta del siglo XX, este centro era uno de los preferidos por las familias burguesas de la Ciudad Condal que querían dar a sus hijos una formación intelectual de corte europeo, máxime habida cuenta que, fiel al espíritu de los tiempos (Zeitgeist), profesaba ostentosamente la ideología dominante en España y, en cierto modo, en el conjunto de Europa. En él estudió asimismo el artista (¿pintor?) Toni Tapies, que en aquellos tiempos y hasta su conversión al catalanismo orgánico se llamaba Antonio Tapias, como puede verse en papeles y cuadros que, según confesión propia, prefiere no mostrar por carecer de valor artístico. En cualquier caso cabe pensar que el noi, a la sazón cadete, habría hecho carrera en Falange Española, pues a principios de los años cincuenta ya era jefe de centuria.
Estas y otras experiencias similares debieron pesar mucho en el imaginario de José Montilla cuando, ya en el siglo XXI, decidió enviar sus hijas a ese mismo colegio, la Deutsche Schule de Barcelona. En definitiva, él, charneguete emancipado y asimilado (assimilierte), también tenía derecho a integrarse en la burguesía catalana y proporcionar a sus hijas una formación europea. Para bien y para mal, su comportamiento era literalmente parangonable al de Jordi Pujol, no más honorable que él. Con una curiosa diferencia, pues mientras Pujol es llevado al Colegio Alemán por motivos de prestigio social e identificación oportuna y oportunista con la ideología triunfante, el astuto Montilla escolariza a sus hijas en ese centro para eludir la plasta de la inmersión lingüística, como han venido haciendo muchas familias de estas tierras desde la implantación de la nefasta e inmoral política lingüística de la Generalidad, la misma que uno presidió y otro preside. Miserables, miserables.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿cómo se llama el delito de imponer por ley a los demás una lengua minoritaria y, simultáneamente, elegir para los hijos de uno mismo una de las lenguas cultas de Europa?

Montilla no quiere inmersión lingüística en su casa


En la era de la globalización, pertenecer exclusivamente, de por vida, a una cultura con una lengua minoritaria es un pesado handicap cultural, social y profesional

Según consta en diversos documentos, el niño Jorge Pujol (después Jordi Pujol) estuvo en el Berlín del nacionalsocialismo triunfante como alumno del Colegio Alemán de Barcelona. Entonces, primeros años cuarenta del siglo XX, este centro era uno de los preferidos por las familias burguesas de la Ciudad Condal que querían dar a sus hijos una formación intelectual de corte europeo, máxime habida cuenta que, fiel al espíritu de los tiempos (Zeitgeist), profesaba ostentosamente la ideología dominante en España y, en cierto modo, en el conjunto de Europa. En él estudió asimismo el artista (¿pintor?) Toni Tapies, que en aquellos tiempos y hasta su conversión al catalanismo orgánico se llamaba Antonio Tapias, como puede verse en papeles y cuadros que, según confesión propia, prefiere no mostrar por carecer de valor artístico. En cualquier caso cabe pensar que el noi, a la sazón cadete, habría hecho carrera en Falange Española, pues a principios de los años cincuenta ya era jefe de centuria.
Estas y otras experiencias similares debieron pesar mucho en el imaginario de José Montilla cuando, ya en el siglo XXI, decidió enviar sus hijas a ese mismo colegio, la Deutsche Schule de Barcelona. En definitiva, él, charneguete emancipado y asimilado (assimilierte), también tenía derecho a integrarse en la burguesía catalana y proporcionar a sus hijas una formación europea. Para bien y para mal, su comportamiento era literalmente parangonable al de Jordi Pujol, no más honorable que él. Con una curiosa diferencia, pues mientras Pujol es llevado al Colegio Alemán por motivos de prestigio social e identificación oportuna y oportunista con la ideología triunfante, el astuto Montilla escolariza a sus hijas en ese centro para eludir la plasta de la inmersión lingüística, como han venido haciendo muchas familias de estas tierras desde la implantación de la nefasta e inmoral política lingüística de la Generalidad, la misma que uno presidió y otro preside. Miserables, miserables.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿cómo se llama el delito de imponer por ley a los demás una lengua minoritaria y, simultáneamente, elegir para los hijos de uno mismo una de las lenguas cultas de Europa?