Los nuevos catalanes
No son catalanes de vena y mena sino una mena de catalanes. Se esfuerzan en parecerlo y sobre todo en que no se les note que llegaron de fuera. Son conversos e hijos de conversos
Sus padres, emigrantes/inmigrantes de los años cincuenta y sesenta de ese siglo que ya es historia, se instalaron en los suburbios de la metrópoli catalana y las ciudades de su cinturón industrial, vora al mar de la Sargantana. Trabajaron, medraron y prosperaron. Con la llegada de la democracia, sus hijos, adiestrados en las asociaciones de vecinos, en las casas regionales, en los sindicatos y en los comités de empresa, cogieron la antorcha de la izquierda beligerante y se afiliaron en masa al PSC de los Obiols, los Serras y los Maragalles. Carne de cañón y fuerza de choque en las huelgas y las manifestaciones populares contra el franquismo y en beneficio de un catalanismo siempre burgués, siempre oportunista, siempre al acecho. Hasta que llegó su hora. La burguesía catalana, ahora orgullosamente catalanista, elaboró el organigrama y se reservó/copó las instancias de poder y representación. De momento, la charnegada a las galeras. Pero luego esa misma burguesía comprendió que había que incorporar al proyecto de la soberanía compartida a los elementos más dóciles y desleales/leales de esa charnegada que, mientras tanto, había dado origen a una nueva forma de catalanidad. Entonces surgen los Montillas, las Chacones, los Icetas, los Corbachos, las Manuelas de Madre y tantos y tantas otros y otras que aprendieron a medrar y medraron. El Sanedrín catalán decide concederles rango de catalanes e incorporarlos a su proyecto como mensajeros e interlocutores de los políticos españoles. Y en esas están.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿a qué extraño designio obedece querer colocar como ministro de Fomento a un analfabeto funcional?
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