La rebelión de los subalternos
De las diversas acepciones de subalterno que especifica el diccionario de la Academia de nuestra lengua al definir esta palabra, Pájaro bobo se queda con la que, referida a la tauromaquia, enseña: «Torero que forma parte de la cuadrilla de un matador». Luego, tomando como base la relación entre torero de cuadrilla y matador, él formula su propia definición, que dice. «Subalterno: dentro de una estructura jerárquica o jerarquizada, cargo o trabajo con respecto al cargo o al trabajo de rango superior; igualmente, persona que ejerce un cargo o realiza un trabajo con respecto a la persona que ejerce un cargo o realiza un trabajo de rango superior en autoridad». «Productores con respecto a su jefe o sus jefes».
Rodríguez Zapatero, persona esencialmente amoral y desleal, nos ha demostrado con triunfos en la mano que para ganar unas elecciones no hace falta ni ideología ni programa electoral propiamente dicho.Todo eso son antiguallas. Basta con una inteligente y agresiva campaña de marketing al servicio de dos lotes de promesas: un lote de promesas para los electores-votantes y un lote de promesas para los partidos políticos a los que hay que sumar a la causa o neutralizar en bien de la causa. Las promesas dirigidas a los electores-votantes se inician con un vale de 400 euros para abrir boca y una declaración del ministro de Economía para cerrar la boca a todo aquel que pretenda llevarle la contraria. Las promesas reservadas a partidos políticos (falsos aliados y separatistas auténticos) quedan lógicamente para después de las elecciones. El primero en exigir el pago de lo prometido es el bolchevique Montilla, representante del PSC (Partido de Separatistas Catalanes de cuño maragalleano), que consigue endosar al vil zapatero dos agentes «nominados» por el Sanedrín catalán: el analfabeto Corbacho como ministro de nada y la separatista Xacó, como ministra de Indefensa. Después del bolchevique charnego, el filoetarra Ibarretxe pide audiencia y el vil zapatero, muy en su papel y en su elemento, le da largas, hasta que el vasco canta y le exige lo prometido, aportando detalles y pormenores para refrescarle la memoria. Pero, como para entonces el vil zapatero ya ha ganado las elecciones y por lo tanto ha conseguido su objetivo, se quita de encima el muerto, y con él todos los muertos que están en la lista de espera, apelando a la Constitución y al patriotismo de los españoles. Y colorín colorado, esta campaña se ha acabado.
Mientras tanto, los partidos perdedores entran en crisis y los más débiles quedan a merced de enemigos naturales y depredadores ocasionales. En el Partido de los Ciudadanos, los dos principales subalternos culpan al jefe, Albert Rivera, de la derrota en las elecciones y piden abiertamente su destitución/sustitución. Lógico. El muchacho, que no es tonto, se defiende y llama a los suyos. Lógico. ¿Resultado? El partido queda deshecho. Lógico. ¿Obra de topos y agentes doble?
Por entonces, el Partido Popular lleva meses sumido en la crisis, y es sabido que en política, como en fútbol, toda crisis va acompañada de una o varias purgas. Una subalterna con mando en la capital del Reino quiere aprovechar la oportunidad para hacerse con el poder. Juega fuerte y con astucia, sin elegancia, pero ella está convencida de que le ha salido bien la jugada porque sobrevive. Y continúa en la brega. El jefe se deshace con relativa facilidad de varios subalternos que ahora son lastre y ayer eran pilares muy sólidos y muy populares. Parece que el jefe resiste, pero, de pronto, en las sombras emerge la sombra de Josep Piqué, subalterno fenicio y traidor de traidores. Ahora ya sabemos dónde estamos y por dónde va el juego. Dos posturas: una nítidamente española y otra nítidamente indefinida, confusa, oportunista. Y el jefe en medio. ¿Como árbitro o como víctima? Asistimos a la rebelión de los subalternos en el patio de los populares. María San Gil se va, pero no se calla.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿qué quedará del Partido Popular después de la rebelión de los subalternos?