Crisis económicas, crisis ideológicas
A los ojos de Pájaro bobo, outsider y Einzelgänger a un mismo tiempo, tenemos derecho a pensar, aunque sólo sea por conocimiento de la ley de la inercia y de nuestra historia reciente, que la crisis económica que ahora empezamos a sufrir no será ni la última ni la peor de las crisis de la economía de mercado, hoy única superviviente y única existente. Asentada en el modo de producción europeo, la economía de mercado ha sido comparada con el mítico Ave Fénix en atención a su capacidad de autorregeneración y supervivencia. De hecho, las crisis pueden y acaso deben interpretarse como adaptaciones periódicas, impuestas por la fuerza de los hechos, a las condiciones socioeconómicas imperantes en un momento dado. Cada crisis marca el fin de una etapa y el principio de otra. Evidentemente, mientras dure el sistema, mientras se mantenga el modelo, mientras haya petróleo, mientras el motor de todos nuestros motores funcione con petróleo, mientras no haya otro combustible, mientras los seres humanos necesiten del movimiento para comunicarse, mientras no accedamos a una realidad virtual plena y total. Mientras haya políticos y los políticos nos amarguen la vida…
Fortuita o no fortuitamente, la crisis desencadenada en el seno del Partido Popular por la pérdida de las elecciones de marzo ha venido a coincidir con una crisis económica mundial. Y si esta última alcanza ya proporciones que escapan al control humano, la crisis de nuestro partido conservador está tomando un giro cada vez más complicado y cada vez más imprevisible, hasta el punto de que a los ojos de un observador ajeno y distante va apareciendo por momentos como una guerra de todos contra todos. En esas circunstancias no es ni fácil ni aconsejable intervenir, por la sencilla razón de que, muy probablemente, toda nueva intervención no hará otra cosa que aumentar la confusión y prolongar el caos. Eso es, al menos lo que nos enseña la experiencia. A pesar de ello, Pájaro bobo intenta descubrir algunas líneas de fuerza que tratan de imponerse y marcar el futuro indirizzo ideológico del partido, que, en su opinión, es lo que en definitiva está en entredicho, aunque después las ideas sean transformadas en pura y dura mercancía electoral. Precisamente por eso, los críticos más cínicos gritan: «Tenemos que cambiar de táctica para conservar el núcleo de nuestro mensaje y la orientación básica de nuestra ideología». A partir de ahí, unos miran al centro, que es la izquierda, y otros miran a la derecha, que es la extrema derecha, pero todos piensan en Cataluña. Una vez más, los separatistas se erigen y son erigidos en la pieza clave del laberinto español. Con ellos, sin ellos o contra ellos.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿qué tiene que ver Rosa Díez con la crisis del Partido Popular y muy especialmente con el futuro de España?