Partido Popular: mujeres frente a lameculos
Pájaro bobo considera que, por regla general, el desenlace de proyectos en curso de ejecución es imprevisible y, por lo tanto, también imprevisto, aunque, llegado el momento y una vez partida la sandía, no falte quien diga que él ya lo sabía o, más frecuentemente, «eso se veía venir». El ser humano aprende poco, tarde y mal de la historia y su memoria, y, si ese ser humano es español, aún menos, aún más tarde y aún peor. Otra cosa es lo que se pregona y se intenta vender hoy en los mercadillos del cotilleo político. El ser humano es, por concreción y sinécdoque, un retrato del colectivo social y el colectivo social es, por abstracción y generalización, un retrato del ser humano, incluidos, en uno y otro caso, tanto el paisaje como el paisanaje que habitualmente no sale en la foto.
El Partido Popular sigue con su bronca-trifulca de todos contra todos. Pájaro bobo no habla de todos los que son sino de todos los que están. En este caso, ser es básicamente una forma de ausencia y de silencio; estar, una forma de presencia activa/destructiva o, si se prefiere, de militancia beligerante. La intriga y el codazo no son invenciones de la pugna democrática. En estos momentos, intrigas y codazos van perfilando sobre el parqué de las salas y los pasillos del ala derecha de nuestra sociedad dos corrientes caudales, antagónicas pero no devastadoras, ni homicidas ni suicidas sino civilizadas y más o menos democráticas, formalmente democráticas. A través del ojo de buey de su búnker de pladur, Pájaro bobo divisa a un lado un cortejo de mujeres: ahora, víctimas del terror y el terrorismo de Eta y, ahora y siempre, siervas del atávico caciquismo peninsular. A otro lado están los profesionales o, para ser exactos, los funcionarios de la política: gerifaltes, grandes y pequeños caciques, acólitos, lacayos y subalternos, todos ellos mercenarios dispuestos a servir a la Administración estatal, nunca a la patria, a través del negocio de la política disfrazada de democracia. A incierta distancia, tras los cristales de alegres ventanales, mirones, soplones, confidentes, chivatos, desinformadores y presuntos periodistas esperan turno. El cortejo de mujeres, presidido por María San Gil y, por lo tanto, minoritario y poco jaranero, levanta la vista y saluda con la mano a su admirada compañera de penas y fatigas Rosa Díez, que causalmente pasaba por allí, no por la acera de enfrente, y le contesta: «¡A la salida nos veremos!» Mercenarios y funcionarios de la política siguen con sus trajines de cintura para arriba: corrillos y correrías, plantes y desplantes, marques y desmarques, meriendas y merendolas, sandwiches y bocadillos, pinchos y pinchitos, concilios y conciliábulos pero sobre todo apariciones y desapariciones. Noche de Walpurgis, se acerca la hora del aquelarre, se merlasca la tragedia. Mientras tanto se oyen ¡y se escuchan! siglas, consignas y nombres propios más o menos comunes: Gallardón, González Pons, Esperanza Aguirre, Fraga, Lasalle, Soria y, claro está, Mariano el Largo y Mariano el Corto. Parece ser que, de momento, va a imponerse la corriente de los hombres gallardos y los hombres puente. Así las cosas, el peeping Tom del búnker de pladur se inclina a pensar que, una vez más, las mujeres van a quedarse solas, solas en casa y solas en las barricadas de la nación-Estado, pues ellas, sólo ellas, mantienen y defienden con bravura y lealtad principios éticos y, por lo tanto, imperativamente categóricos. Por esa y por otras muchas razones que ni la bolsa ni la andorga alcanzan a entender, a los ojos de Pájaro bobo donde haya una mujer española que se quiten todos los mercenarios de la política, máxime si pertenecen a la subespecie de los lameculos como González Pons, Soria, Gallardón y, pendiente de confirmación, Marianín el Corto. (Por respeto no se cita a mayores de 80 años).
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿y si las mujeres decidieran poner en fuga a todos los lamenculos de nuestra política, tanto de izquierdas como de derechas?