De las ideologías a los nacionalismos
A estas alturas de la historia parece lícito afirmar que las ideologías tradicionales de derechas e izquierdas pertenecen al pasado, pues o se han extinguido o están en fase de extinción, al menos en su condición de cosmovisiones laicas, vigentes y válidas para grandes masas sociales. En Estados Unidos, núcleo duro del capitalismo más como economía de mercado que como credo ideológico, el sector conservador se bate en retirada y, para salvar sus intereses, ha decidido aceptar el advenimiento/imposición, mañana o pasado mañana, de un presidente negro y un ejército nacional de mercenarios, puesto al servicio de la sociedad opulenta, sus business y su way of life mediante cadenas de subcontratas con olor a mafia y aguas negras (BlackWaters). La falsa buena conciencia y la doble moral siguen vivas pero menos.
Para vergüenza de todos, el socialismo en sus diversas formas murió en las postrimentarías del siglo XX a manos del sano/insano egoísmo humano. Fin de la utopía como redención colectiva. 1989, año crucial: hundimiento de la Unión Soviética y con ella del irreal socialismo real, fin de la guerra fría y, por lo tanto, de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, pero también punto de partida de una nueva y acaso última oleada de nacionalismos, nacionalismos secesionistas y desintegradores condenados, previsiblemente, al irredentismo. Los grandes nacionalismos, los nacionalismos imperialistas, firmemente enraizados en la historia de los pueblos, conservan su poder y su vigencia. ¿Hasta cuándo? Cuántos? ¿Cuáles?
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