Ser español en Cataluña: ¿heroicidad o ignominia?
A Lluís Martínez Sistach, arzobispo y cardenal de la Tarraconense
Cabría pensar que, después de mantenerle/lo durante más de veinticinco años en condiciones de muerte civil, literalmente aislado de su entorno mediante un eficaz sistema de difamación preventiva y control social, agentes y valedores de la criptodictadura catalanista se darían por satisfechos y le dejarían vivir más o menos tranquilamente en su búnker de pladur, pero no ha sido así.
Tras arrebatarle todos y cada uno de sus contactos profesionales, se dedicaron a acosarlo concienzudamente en su entorno ciudadano con campañas de desprestigio y provocaciones donde quiera que el malparit hacía acto de presencia, hablara con quien hablara. Y, al final, lo han conseguido: Pájaro bobo es ahora una criatura casi sin realidad física. Se mueve todo el día por las mallas de la red, pero apenas si le está permitido pisar la calle. Agentes omnipresentes e invisibles están atentos a cada uno de sus pasos, a cada uno de sus encuentros, a cada uno de sus mensajes, a cada una de sus palabras, a cada una de sus ideas.
Esta mañana, nada más levantarse, ha visto en el poste de la luz situado delante de su ventana una pegatina con una de esas banderas que Terra Lliure utiliza como seña de identidad y marcador de objetivos en sus acciones nocturnas. Tonterías, ensoñaciones. «Está loco; tiene manía persecutoria».
Y, efectivamente, Pájaro bobo debe de estar loco cuando, prescindiendo de heroicidades e ignominias, ha decidido seguir siendo español en Cataluña y se resiste a caer víctima del odio que sus perseguidores —¿para justificar su acción?— tratan de inculcarle.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿no es verdad, señor cardenal y arzobispo, que la falsa mala conciencia del oprimido es el arma diabólica por excelencia de todos los opresores?
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