Israel, ¿portaaviones o submarino?
Ramón Ibero
Puede decirse que durante los últimos sesenta años Israel ha actuado como un portaaviones anclado/apostado frente a los desiertos de Oriente Medio y sus riquísimas reservas de petróleo. Portaaviones al servicio de los Estados Unidos de América, garantes, a su vez, de la seguridad de Israel y la supervivencia de sus ciudadanos. Siete millones de seres humanos instalados en una estrecha y otrora estéril franja de tierra arrebatada, en menos de tres generaciones, al fatalismo y una desidia crónica por atávica. Israel, milagro de la inteligencia y el trabajo colectivo, existe. Pero los árabes no quieren a los judíos como vecinos y, por supuesto, mucho menos como modelos. Si algo une a los árabes es el deseo de aniquilar a sus parientes de raza, incluso de religión.
Inicialmente, la inmensa inferioridad numérica de Israel frente a los países árabes le obligó a recabar la ayuda e incluso la presencia permanente del Ejército de Estados Unidos en la zona. Relación simbiótica: seguridad a cambio de control de los tesoros de combustibles fósiles. En los últimos años, los vaivenes de la geopolítica han aconsejado a los estrategas de los dos países transformar, al menos aparentemente, el portaaviones en un submarino, aunque, evidentemente, apostado siempre en el mismo sitio y siempre en calidad de cabeza de puente, de modo que, llegado el momento, permita el rápido desembarco de las fuerzas estadounidenses y su despliegue en cualquier punto de la región, desde el Mediterráneo oriental hasta Afganistán, núcleo pétreo de Asia central.
Esto no quita que la invasión de Irak por parte de Norteamérica haya sido un gravísimo fiasco político-militar. Al menos de acuerdo con lo que sabemos y entendemos. Aun así, cabe pensar que el Departamento de Defensa lo ha convertido en un lucrativo negocio (en el que en un principio estaba llamada a participar España). En cambio, para Israel ha sido y es, como mínimo, una maniobra con la que debilitar al enemigo, azuzando los enfrentamientos fratricidas a fin de que se destruyan unos a otros y los judíos puedan vivir en paz, al menos, una temporada.
Pero detrás de Irak, reducido a escombros de acuerdo con lo previsto, se levanta Irán, dispuesto no sólo a hacerse con armas nucleares sino también y, esto es lo realmente decisivo, a asumir el liderazgo político-militar del mundo árabe que, con sus casi mil trescientos millones de seres humanos, está llamado a ser uno de los ocho bloques que, probablemente, controlarán la política mundial de los próximos treinta o cuarenta años. Grosso modo, los bloques son y serán: Europa, Rusia y países del Este europeo, Estados Unidos y Canadá, China, Japón, India, mundo árabe-musulmán, Suramérica con Brasil y Argentina.
No parece que Israel desee figurar ahora en todos los planteamientos geopolíticos como un portaaviones al servicio de Estados Unidos. Más bien hay que pensar que, en aras de la seguridad, intentará sumergirse y permanecer en un segundo plano, aunque siga contando con el apoyo incondicional de Estados Unidos y mantenga su decisión de atacar con todos los medios necesarios a Irán, tan pronto como pase a ser un peligro real e inminente para su supervivencia. Muchos comentaristas y observadores de política internacional están convencidos de que, llegado el caso, Israel prescindirá incluso del plácet estadounidense. Así fue en el pasado.
Con la decisión de abandonar Irak a su suerte y concentrarse en Afganistán, tomada, según parece, por Estados Unidos en los últimos meses, este país trataría de conciliar una vez más la salvaguarda de sus intereses geopolíticos con la defensa de la seguridad de Israel. Afganistán, sin sociedad civil ni estructura de Estado a la manera de Occidente, está situado en el centro geográfico de Asia. Al Norte tiene Siberia y algo así como media docena de repúblicas islámicas inmensamente ricas en combustibles fósiles. Al Sur, India y Pakistán, potencias nucleares sumamente peligrosas, sobre todo Pakistán, país con una cuantiosa población musulmana y, por lo tanto, siempre dispuesto a apoyar y ayudar a Irán, en estos momentos el gran peligro, como elemento desequilibrador, para Israel y Estados Unidos. Al Este de Afganistán se extienden las gélidas y desérticas extensiones de Tibet y Mongolia, países/territorios que Estados Unidos desearía sustraer al dominio de China, llamada a ser la gran amenaza/esperanza mundial a partir de los años veinte del siglo XXI.
Al instalarse ahora, de manera permanente, en Afganistán, Estados Unidos pretende atenazar a Irán con ayuda de Israel, pero sobre todo tener un enclave central, sólido y estable, desde el que observar y, a ser posible, controlar un espacio geográfico de más de treinta millones de kilómetros cuadrados, núcleo de la vieja Eurasia.
En cualquier caso, como, curiosamente, aquí el accidente es ley, una de las grandes preguntas sigue siendo: ¿qué posibilidades de sobrevivir a medio y largo plazo tienen los siete millones escasos de israelíes, cercados y acosados como están, ya ahora, por millones y millones de árabes que han jurado regar las arenas del desierto con la sangre de sus parientes de raza y religión?
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