Arguiñano, cocinero y chistolari
De Arguiñano, Charly para su amigo José Mari, a Pájaro bobo le cautiva en especial una sinceridad hecha, a ojos vista, de espontaneidad y transparencia. Cuando habla, Arguiñano no tiene ni retranca ni cattività. Él es lo que dice porque dice lo que piensa, casi siempre sin pensárselo dos veces. El otro día, sin ir más lejos en el tiempo, se puso a cantar el «Himno de la fiel Infantería», el mismo que Pájaro bobo enseñó a su hijo Miguel cuando éste, con cuatro años, le pedía que le enseñara cantos de guerreros españoles.
Como a Pájaro bobo, agraciado por la naturaleza con una extraña patología, no le gusta ni comer ni hablar de comida, escucha las arias del cocinero vasco y espera sus chistes. Aunque en general éstos son bastante malillos, disfruta lo suyo con ellos, pues tienen el encanto impagable de un chistolari que, ajeno a regímenes políticos, habla de España como si estuviéramos en los años cincuenta o sesenta del siglo XX o en los años veinte del siglo XXI. Para él, España es España, y punto.
En el tiempo que lleva oyendo y escuchando a Arguiñano, Pájaro bobo no recuerda haberle oído un solo comentario malicioso. Lo suyo es la buena mesa y la buena sobremesa. Arguiñano es cocinero y chistolari.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿puede tener enemigos Charly?