Georgia—Afganistán: ataques en los flancos
Pájaro bobo no dudaría en afirmar que Putin, actual hombre fuerte de Rusia, es infinitamente mejor jugador de ajedrez (léase estratega) que el figurante Bush junior, a pesar de todos los think tanks, lobbies y equipos de asesores que el Departamento de Defensa ha puesto a su servicio. Afganistán es, incluso a medio plazo, una causa tan perdida como Vietnam; tal vez, incluso más desastrosa por la situación del país con respecto a Europa y por las consecuencias que una derrota occidental puede tener. Nicolas Sarkozy, perspicaz analista político, ya ha declarado que allí, en aquellas cumbres borrascosas e inhóspitas, se juega una parte de la libertad del mundo, quiere decirse, de nuestro mundo, que no es precisamente el mejor de los mundos posibles.
Justamente en los últimos días se ha agravado la situación de las fuerzas aliadas encargadas de imponer la paz a los talibanes. Ese ha sido el momento elegido por el estratega ruso para atacar Georgia utilizando como cebo y pretexto las disensiones de este pequeño país con otro, aún más pequeño, llamado Osetia e integrado por dos comarcas, Osetia del Norte y Osetia del Sur.
El mensaje del ruso es: George, no me busques las cosquillas ni a través de un subalterno como Saakashswili ni a través de Ucrania ni a través de Israel, porque tu situación en Afganistán es realmente comprometida y vas a necesitar mi ayuda.
Y, colorín colorado, esta guerra se ha acabado. Al menos sobre el tablero; al menos, en lo que se refiere a sus prolegómenos y primeras escaramuzas, pues, evidentemente, las armas seguirán disparando para que siga corriendo la sangre y, con la sangre, el dinero, que es la sangre de la economía.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿es concebible que Estados Unidos renuncie algún día, por las buenas o por las malas, a su economía de guerra y, en definitiva, a su política imperialista como Rusia renunció en su día, a fortiori a la dictadura burocrática y, con ella, al imperialismo ideológico?