Memoria de un desmemoriado
Pájaro bobo, que lo es por partida doble en cuanto que perdió la guerra y la posguerra (llamada oficialmente paz), no quiere saber nada de una ley de memoria histórica. Al menos, de momento y mientras dure la conjura. Comprende a los que sufrieron y considera legítima, humanamente legítima, su demanda. También comprende o, como mínimo, intenta comprender que algunos de sus paisanos hervasenses le vean como un traidor e incluso como algo peor, pero el caso es que, por una extraña patología o un no menos extraño don del cielo, el pobre nunca ha sentido odio o rencor. Sí, ser un asesino es a los ojos de Pájaro bobo tal vez la mayor desgracia que puede caber a un ser humano en este mundo. ¿Desgracia o delito? ¿Crimen o castigo?
En cualquier caso, para él lo importante en estos momentos es la unidad de España y la buena convivencia de los españoles. En aras de ese ideal renunció de buen grado, hace ya tiempo, a cualesquiera derechos que pudieran corresponderle. Siempre le ha bastado con saber que su padre vivió y murió como un héroe. Padre real y arquetipo. Esa es su memoria.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿qué nación es ésta que habla de memoria histórica mientras llama nacionalistas a los que se empeñan en destruirla?
El Idióticon de Pájaro bobo
Botelloteca. Mueble, espacio o lugar donde se guardan temporalmente botellas con bebidas espirituosas o refrescos. Asimismo, lugar y espacio público o semipúblico donde se expenden y/o se consumen bebidas de esa categoría. Se llama también botelloteca al cafe-bar que tiene una biblioteca más o menos extensa a disposición de sus clientes. Pájaro bobo aprendió la palabra de boca del canónigo Peláez, que lo fue de la Santa Iglesia Catedral de Plasencia allá por los años cincuentinos del siglo XX. Entonces se la «insurpó» y ahora la reconoce como propia y privativa de su Idióticon.