Las dos almas del Partido de los Ciudadanos
A pesar de que, al menos en opinión de Pájaro bobo, el origen socio-histórico y sobre todo conceptual del actual Partido de los Ciudadanos se sitúa nítidamente en el marco de las actividades de la izquierda ilustrada de la comunidad de lengua española de Cataluña, hoy resulta lícito, acaso obligado, distinguir en él dos líneas o tendencias.
La línea histórica capitaneada desde un principio por Antonio Robles, pionero de la rebelión contra la opresión burguesa y separatista que arranca de la Cervantina en los últimos años setenta de ese siglo que ya es historia, y la línea hoy oficialista y prácticamente sin historia ni poso ideológico de Francesc de Carreras, promotor insigne de la pedagogía de la plastilina. La primera recoge, mantiene y beneficia sedimentos acumulados laboriosamente por entidades cívicas, poco menos que clandestinas, que, durante un cuarto de siglo, practican una especie de guerrilla urbana contra una clase dominante que, fiel a los dictados y los intereses de la ideología dominante, consigue apoderarse de las instituciones autonómicas de Cataluña e impone una extraña y anacrónica forma de opresión a la comunidad de lengua española, que, aun siendo claramente mayoritaria, deja de existir a efectos legales, institucionales y públicos, pues ni es reconocida como tal ni, en consecuencia, está representada por los partidos políticos de este país llamado Cataluña con un Parlamento capaz de dictar leyes —¡democráticas!— contra más de la mitad de sus habitantes, contribuyentes y ciudadanos. La burguesía arracimada en torno al establishment político-económico de la Generalidad, conocido como el Rovell de l’ou, consigue copar todas las instituciones de poder y representación democrática y automáticamente se autolegitima y automáticamente deslegitima a la comunidad de lengua española que, una vez decapitada y despojada de representación política e institucional, ni existe ni tiene derechos.
Mientras tanto, los intelectuales e ideólogos de la comunidad de lengua española, atrapados en el dilema de ser o deber ser, permanecen sumidos en un silencio no ya sospechoso sino abiertamente cómplice.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿definirse como no nacionalista, o sea, como algo que uno no es es, constituye un acto de coraje o de cobardía?
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