Guantánamo
El terrorismo internacional, como respuesta no convencional a las guerras convencionales, es un problema de muy difícil solución para Estados Unidos y los países arracimados bajo su paraguas. Guantánamo, campo de concentración o cárcel, nació con el propósito de poner coto a ese problema y aportar al menos una solución parcial y temporal: frenar las acciones terroristas poniendo a buen recaudo a cuantos agentes directos cayeran en sus manos, tras la preceptiva busca y captura.
La idea inicial era muy sencilla: no podemos dejar que los terroristas salten de un país a otro, burlando todos los sistemas de vigilancia y control. Una vez descartada su eliminación directa, había que buscarles un lugar de residencia. Guantánamo ha sido durante muchos años ese lugar de residencia para terroristas de todo el mundo o considerados como tales por y para Estados Unidos y sus aliados. Desde su punto de vista, la medida estaba y está justificada. Había que proteger a la población civil y el orden democrático. Los grandes atentados de Nueva York, Londres y Madrid reforzaron el convencimiento de que la medida era necesaria y, por lo tanto, justa. Ahí estábamos.
Pero con el tiempo se ha ido poniendo de manifiesto que a la larga la medida es insostenible. Se quiera o no se quiera, tarde o temprano hay que buscar un acomodo estable y definitivo a esos hombres. Las condiciones en las que viven son insostenibles no sólo para ellos sino también para sus carceleros, sin olvidar los países implicados directa o indirectamente. Hay que buscar una solución más humana y más legal.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿qué hace ahora Estados Unidos con esos terroristas y presuntos terroristas en situación jurídicamente irregular desde el momento mismo de su detención y encarcelamiento?