Nacionalismos y movimientos burgueses en la piel de toro
A José Castellano, compañero del alma, compañero
Pájaro bobo entiende que tanto los nacionalismos en general como nuestros nacionalismos y seudonacionalismos periféricos de última generación en particular responden básicamente a una doble dinámica de desarrollo vertical: un movimiento de abajo arriba, correspondiente al pueblo o, si se prefiere, a las capas inferiores de la sociedad, y un movimiento complementario de arriba abajo, impulsado por una burguesía oligárquica que asume el poder y la dirección del nuevo ente político y, a medida que va consolidando su posición hegemónica, crea y otorga parcelas de poder a los dirigentes de los sectores básicos y aliados naturales suyos: industria, comercio, finanzas, administración pública, intelectualidad y jerarquía eclesiástica. A esos sectores básicos y aliados naturales suyos habría que añadir el ejército, aunque hoy no siempre aparece en la nómina de cuerpos creadores y beneficiarios de la nación, mientras que, una vez excluidos los grandes terratenientes, agro y agricultura pertenecen, siguen perteneciendo, básicamente al pueblo.
El pueblo como elemento impulsor del nacionalismo aporta el componente específicamente humano en lo social y en lo histórico y, llegado el momento, la legitimación democrática. Es el momento del pueblo soberano. Pero, en contra de lo escrito y lo enseñado a menudo, el pueblo no asume esa soberanía por propia decisión y personaliter sino sólo de manera formal y simbólica, pues así le es otorgada por sus representantes, que, curiosamente, pertenecen al aparato político-administrativo adicto a la burguesía en cuanto clase dirigente y dominante. La burguesía nombra a los representantes del pueblo, de modo que en realidad éstos son representantes y defensores de los intereses de la burguesía. Siempre. Necesariamente.
En esa operación-transformación, el pueblo ha cobrado una (nueva) conciencia colectiva y ha ganado en estatus, pues todos los nacionalismos otorgan un estatus superior a sus miembros, pero la burguesía se ha constituido en una superestructura económica y política que no sólo sustenta e impulsa el proyecto nacional sino que, por encima de toda ideología, ha hecho de él una operación esencialmente económica. El pueblo aporta los sentimientos y la burguesía se encarga de convertirlos sucesivamente en bienes de consumo, en dinero y en poder.
Así, pues, el nacionalismo es básicamente interclasista y, dentro de sus límites, integrador, aunque en la práctica se vea agitado simultáneamente por pulsiones expansionistas e imperialistas y pulsiones secesionistas y aislacionistas o reduccionistas.
Por su parte, los movimientos burgueses son fenómenos de evolución-involución circular en un solo plano, siempre horizontal, siempre el mismo, dado su carácter clasista, endogámico y, en consecuencia, racista. Y, cualquiera que sea el régimen político dado, la burguesía en cuanto clase dominante sólo tiene una ideología, siempre la misma: la ideología dominante.
Cambian, sí, los signos externos, cambia incluso la lengua, pero los intereses no cambian.
Pájaro bobo se permite recordar en este contexto que si es cierto que toda ideología responde a un estado de alienación, también lo es que el ser humano es por naturaleza esquizofrénico.
Dentro de España, en el caso vasco puede hablarse de nacionalismo, pues ahí hay un movimiento de origen rural y ancestral-popular, con un desarrollo social interclasista, aunque es obligado pensar que sus limitaciones demográficas crearían gravísimos problemas de supervivencia a una nación vasca como unidad económica suficientemente operativa, máxime en términos comparativos.
Esto nos obliga a recordar que la sociedad vasca está formada por dos comunidades políticas de desarrollo vertical, paralelo y contrapuesto. Eta impone su ley y hace que una de las comunidades gobierne bajo su dictado y la otra viva en una situación de terror permanente. ¿Puede imponerse algún día total y definitivamente la comunidad independentista a la comunidad de sentimiento español con la ayuda de Eta? ¿Lo permitiría el Estado español? Y, en caso afirmativo, ¿qué podría o qué debería hacer la comunidad de sentimiento español?
En Galicia existe un poso popular de raíz rural, pero históricamente ni ha habido ni hay una burguesía capaz de impulsar un proyecto nacionalista en pos de la independencia. De hecho, la burguesía gallega es una rama de la burguesía española. Nos lo demuestra la raigambre que en uno y otro contexto ha tenido siempre el caciquismo. De hecho, los caciques gallegos son caciques españoles. Y hoy su presencia se aprecia no sólo en partidos de derecha sino también en partidos seudoizquierdistas y seudonacionalistas.
Si en Vascongadas hay una sociedad formada por dos comunidades políticas contrapuestas de desarrollo vertical, en Cataluña hay dos comunidades sociolingüísticas pero no de desarrollo vertical y contrapuestas sino de desarrollo horizontal, estratificadas y solapadas. La comunidad de lengua catalana, claramente inferior en número, acapara e incluso monopoliza, además de las capas superiores de la sociedad, los resortes de decisión y representación democrática, desde la Generalidad (Administración Autonómica) hasta el Parlament, pasando, claro está, por los partidos políticos y, en especial, sus respectivas direcciones. En esta Comunidad Autónoma no hay instituciones democráticas porque las instituciones ni son representativas ni responden a su realidad social, una realidad social determinada, como queda dicho, por la existencia de dos comunidades político-lingüísticas: una comunidad de lengua catalana y sentimiento mayoritariamente (?) independentista y una comunidad de lengua española y sentimiento mayoritariamente español. Eso es algo que el Tribunal Constitucional debe tener necesariamente en cuenta si no quiere refrendar con su fallo sobre el Estatut la opresión que sufren en Cataluña más de cuatro millones de ciudadanos españoles.
En Cataluña hay, en cambio, una burguesía sólidamente estructurada y organizada. Nacida, como la burguesía industrial vasca a raíz de la Revolución industrial, la burguesía catalana, económicamente emprendedora y políticamente pactista, se ha asentado y se asienta en tres elementos básicos: el poder económico, la intelectualidad y el clero. Todavía hoy sus miembros son mayoritariamente descendientes de las cien familias barcelonesas que protagonizaron la Revolución industrial, el movimiento intelectual conocido con el nombre de Renaixença y el modernismo como estilo arquitectónico de la clase media y alta.
Pero, en opinión de Pájaro bobo, si es cierto que el catalanismo ha contado siempre con el apoyo de ciertos sectores de la alta burguesía y con la adhesión mayoritaria de la pequeña burguesía, botiguers y pagesos, también lo es que no ha gozado nunca del favor de las capas inferiores de la sociedad urbana y suburbana, y, menos aún, de las masas obreras, históricamente dadas al anarquismo y el sindicalismo libertario y por lo tanto contrarias a la burguesía y sus intereses.
Por todo ello, Pájaro bobo considera que en el caso de Cataluña es incorrecto hablar de nacionalismo, aunque en su nueva y última etapa la burguesía trata de enmascarar y reforzar su acción creando un frente único con todos los partidos políticos para dar la batalla al Gobierno de Madrid y arrancarle la independencia política y económica.
¿Que cómo es que una burguesía tan especuladora, pactista y temerosa como fue siempre la catalana decide ahora enfrentarse al Gobierno de España con gesto retador y poco menos que a cara descubierta?
Pues, sencillamente, porque no ve peligro ni de castigo ni de represalia, y no ve peligro ni de lo uno ni de lo otro porque, para esa burguesía, ya no hay ejército español, al menos en sentido tradicional. Además, lo que queda de él está a las órdenes de una separatista catalana en funciones de ministra de indefensa.