¿Fin de la conjura?
La política catalana laica y clerical de los últimos cincuenta años ha girado, individual y colectivamente, en torno a una idea capital: la conjura. Había que utilizar el proceso democrático y la situación generada por él para promover a un mismo tiempo la independencia de Cataluña y la desintegración de España. Unión e integración frente a desunión y desintegración. Todo ello con sigilo, sin levantar sospechas, besando el santo cuantas veces hiciera falta hasta que llegara el momento de cantar victoria.
Como primera medida, los conjurados formaron un frente único que copó todos los partidos de su demarcación, desde Convergencia hasta el PSOE-PSC, pasando por el PPC. La idea era que, para conseguir la independencia de Cataluña, aquí la política la tenían que hacer entera y exclusivamente los catalanes para los catalanes. De acuerdo con este planteamiento, mientras el PSC de Maragall se dedicaba a controlar a la charnegada, Pujol tenía carta blanca para gobernar con el apoyo del propio Maragall y dedicarse a fer país. Era un pacto de Estado, algo que los populares y los socialistas españoles nunca consiguieron en su ámbito por falta de visión y patriotismo. Pujol hizo país e hizo historia. Maragall fue el gran estratega y el hombre de Estado: él concibió el plan general y, llegado el momento, el Estatuto como Constitución de Cataluña.
Simultáneamente, durante todos esos años, el PSC de Maragall y sus predecesores no sólo consiguió desprenderse del PSOE y venderle los votos de la charnegada sino que además mantuvo el control sobre ésta, que en realidad constituía y constituye entre el 0chenta y el noventa por ciento de su afiliación. ¿Voto español? ¿Voto catalán? Ni lo uno ni lo otro. Voto vendido a precio de transferencia de competencias.
Cuando, de acuerdo con lo pactado con Pujol, le llegó a Maragall la hora de gobernar, éste y su equipo ya habían conseguido crear una cohorte de prosélitos capaces de abominar de su identidad española y de sus ideales socialistas en aras de su promoción individual en los ámbitos social y político. Es un fenómeno histórico conocido por repetido: llegado el momento, ciertos dirigentes renuncian a sus ideales por mor de un futuro más prometedor en lo individual.
Dentro del PSC, la generación de los Montillas, las Chacones y los Zaragozas, completada con sindicalistas de la calaña de los Coscubielas y los Álvarez no sólo permitió el relevo vertical sino que además reforzó la unión horizontal con las bases de identidad española y fidelidad al socialismo histórico, defensor convencido y leal de la integración y la solidaridad de la clase obrera.
No obstante, como la operación de relevo e integración/asimilación era un fraude, con el tiempo empezó a despertar, primero, sospechas y, después, críticas por parte de los sectores auténticamente socialistas, que veían en la maniobra una doble traición: un partido de izquierdas al servicio de un proyecto a la vez burgués y separatista o, si se prefiere, desintegrador. ¿Dónde estaba el socialismo?
Hoy, transcurridas tres décadas largas desde la puesta en marcha del proceso democrático en España, la sublevación contra ese estado de cosas abarca desde el seno del PSC hasta el PPC, pasando por formaciones como Ciudadanos y UPyD, que es donde se ubica la comunidad de lengua y sentimiento español. No es fácil prever el futuro, dado el férreo control que el separatismo ejerce sobre las instituciones autonómicas y los partidos políticos. Lo que podemos decir es que esa situación es insostenible por lo que tiene de injusta y, en definitiva, de irracional.
Si en un plano ideal democracia es justicia y libertad, socialismo es utopía de lo racional.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿cuándo saltará por los aires la conjura del separatismo catalán?
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