Despedida sin despedida
Pájaro bobo decide cerrar su industria con dos textos: El muro de papel y Con el ojo en el ojo de buey. De ellos puede decirse que, en cuanto terminus a quo y terminus ad quem respectivamente, delimitan el espacio en el que ha vivido, ha pensado y se ha movido el propietario/gerente de la industria y morador/recluso del búnker durante algo así como dos años i la torna.
Un pequeño universo construido con la imaginación y utópicamente racional. Contemplado en la distancia, naturalmente a vista de pájaro, y ya enajenado para siempre, permite a su ingeniero y arquitecto decir y escribir: los límites de mi mundo son los límites de mi imaginario, los límites de mi imaginario son los límites de mi mundo.
Y de la misma manera que un día Pájaro bobo se insurpó la idea/visión/construcción del atormentado ingeniero, maestro de escuela y recluta austríaco Ludwig Wittgenstein para darle la vuelta y traducirla a su lógica y a su lengua, ahora, con esta despedida sin despedida, se apropia también una idea de Friedrich Nietzsche, viejo conmilitón suyo, según el cual la historia con sus comparsas existe en función de los genios en cuanto que está a su servicio.
Como parece evidente que en ese caso el pobre Nietzsche, helenista metido a teólogo y filósofo, no pensaba en los genios de la historia sino en sí mismo, Pájaro bobo puede hacer otro tanto ahora y pensar y decir que la historia existe por él y para él, que en definitiva es lo que piensa y dice, o desearía decir, todo bicho viviente, pensante y hablante.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿acaso no es todo ser humano creador de un universo propio con sus genios y sus comparsas?