De cómo, cuándo, dónde y por qué Pájaro bobo llamó hijo de puta a Toni Farrés, alcalde de Sabadell
A principios de los años setenta del siglo XX, Pájaro bobo recaló en Sabadell, a la sazón ciudad piloto del deporte español entre otras muchas cosas. Poco después, cuando surgieron los primeros movimientos clandestinos en el ámbito suburbial, él se situó de manera tácita pero inequívoca a la izquierda por fidelidad a la figura paterna que su madre le había enseñado a querer, respetar y admirar.
A diferencia de Sigmund Freud, que según confesión propia tuvo un padre pusilánime, Pájaro bobo vio siempre a su padre como arquetipo del hombre valiente y leal. De hecho, Miguel Ibero Alonso vivió y murió fiel a sus ideas sociales y socialistas. Tras ser encarcelado en julio de 1936, fue vejado y golpeado repetidas veces, colgado de los pies, cabeza abajo, y, por último, fusilado con tres compañeros suyos. En Hervás, donde residía con su familia, todavía es fama que uno de los cuatro permaneció de pie cuando ya estaba muerto.
En la ciudad catalana, Pájaro bobo siguió las actividades de los movimientos obreros y vecinales desde los albores de la transición democrática, pues tenía cierta amistad con varios militantes del PSUC. Un día, éstos fueron a verlo y le dijeron que Camacho, el de CCOO, estaba en Ca n’Oriach; que también acudiría Toni Farrés. Y, claro, que si quería ir con ellos. Pájaro bobo fue.
Efectivamente, allí estaba el sindicalista Camacho. Después llegó Toni Farrés, a la sazón líder de las gentes de las barriadas obreras de Sabadell. Pájaro bobo lo conoció, pero no recuerda si llegó a hablar con él. Lo que sí recuerda, porque conserva o conservaba la prueba documental, es que le preguntaron cómo se llamaba y, terminado el jolgorio, alguien empezó a cantar nombres y a entregar carnés. Cuando Pájaro bobo oyó el nombre de Ramón Ibero, compareció en el estrado y recogió el suyo. Ahora ya era del PSUC.
A mediados de los setenta, los barrios obreros de Sabadell eran auténticos polvorines. Sindicatos y asociaciones de vecinos organizaban continuas manifestaciones, huelgas y actos de rebeldía y oposición a la Dictadura. Como Pájaro bobo pudo comprobar muy pronto, los pesuqueros del centro de la ciudad eran catalanistas de una presunta izquierda ilustrada, no obreros, y, como también pudo comprobar muy pronto, iban a los núcleos más activos de la periferia a prender la mecha y luego desaparecían, dejando a los obreros —en definitiva, obreros españoles— a merced de los grises. El único catalán que daba la cara era Toni Farrés, que en las manifestaciones iba siempre en primera fila. Y así ocurrió cuando, tras una de las primeras huelgas de Unidad Hermética, la policía realizó una gran redada y detuvo a trece agitadores; de los trece, sólo él era catalán.
Incontables ejemplos como ese llevaron a Pájaro bobo a apartarse no de los obreros y los trabajadores de las barriadas, a los que apenas conocía, sino de los pesuqueros, compañeros de viaje desleales y practicantes avezados y contumaces del doble juego.
Es hora de decir que en Sabadell, como en tantas y tantas ciudades industriales de Cataluña, la lucha contra la dictadura de Franco se inició y se mantuvo, ¡exclusivamente!, en los barrios habitados por gentes llegadas de Andalucía y Extremadura. Al menos, mientras persistió la represión y en el aire flotaron el peligro de involución y la incertidumbre.
Desde los tiempos de la Revolución industrial, los levantamientos y las luchas sociales contra la opresión han sido protagonizados esencialmente por los obreros, mientras que la burguesía formaba parte de la estructura de poder. En este caso, con el agravante de que la burguesía catalana cambió de bando para seguir conservando su condición de clase dominante y opresora. Y aquí hay que añadir que si lo hizo fue gracias a una izquierda envilecida y traidora, la pseudoizquierda de los Maragalls, los Obiols, los Raventós, los Nadals y los Montillas.
Esos son datos para la historia que cronistas e historiadores como el listillo y malintencionado Ferran Gallego deberían tener en cuenta a la hora de narrar la historia de la Transición y lo que en Cataluña los nuevos opresores llaman ahora «lucha contra la dictadura franquista». ¿Lucha contra qué? ¿Vosotros?
Miserables, miserables.
Por todo ello, Pájaro bobo terminó adoptando una actitud distante ante un panorama político convulso y confuso, en el que la memoria de su padre actuaba a la vez como elemento estimulante y disuasorio.
Cuando llegaron las primeras elecciones, Pájaro bobo ya se había procurado un cuadro general de la situación y había extraído sus primeras conclusiones. Por eso, un día, cuando, paseando por el centro de Sabadell, vio un grupo de pesuqueros que colgaban sus carteles de las paredes, a la altura de la fuente del Paseo, se acercó a ellos. Eran del grupo de Farrés. Quiere recordar que allí estaban Jordi Sapés, conocido como el Flaviolo, Pere Ros y la Camarasa, que tenía una tienda de deportes cerca de la Plaza de Mercado. Precisamente, la tal Camarasa, al verlo, le dijo con retintín: «¡Adiós!». Pájaro se acercó a ella y le contestó: «Ten en cuenta que yo no soy un traidor. Los traidores sois vosotros que cogéis los votos de los trabajadores de las barriadas, que son comunistas españoles, y luego se los dáis a la burguesía». «Sí, sí —le replicó la susodicha—, pero eso lo sabes tú, ellos no».
La sospecha se había convertido en certeza y la certeza en rabia. ¿Le pasaría a él como a su padre?.
Por lo pronto, Pájaro bobo ya sabía que, como tantas veces en la historia, los obreros eran traicionados por agentes al servicio de la burguesía. Y, como tantas veces en la historia, la burguesía sólo aparecería en escena cuando ésta estuviera libre de barricadas y a punto para la toma del poder.
En ese momento, Pájaro bobo inició en solitario una andadura que le llevó de un falso partido de izquierdas a un falso partido de derechas y de un falso partido de derechas a un falso partido de ultraderecha. Y, como no encontró lo que buscaba —sencillamente, un partido español formado por españoles—, terminó en el Hogar del Legionario de Barcelona, donde se pasaba las tardes del sábado cantando el Himno de la fiel Infantería.
En esas debía de estar cuando, una mañana de domingo de principios de los ochenta, se dirigió a la Plaza de Mercado de Sabadell. Antes entró en un bar que había, y tal vez aún hay, en la esquina de la calle que da directamente a ella. Al salir, poco menos que trompicado, se encontró delante de él a Toni Farrés, flamante y victorioso alcalde de la ciudad, que intentó saludarle.
Pájaro bobo: «Tú a mí no tienes que saludarme. Tú eres un hijo de puta». Toni Farrés quedó petrificado. Las arrugas de su cara se hundieron profundamente en su carne y, cuando se repuso, contestó: «Sin insultar». Pájaro bobo: «De acuerdo, no eres un hijo de puta. Pero entonces eres un estafador». «¿Cómo?». «Que eres un estafador. Tú coges los votos de los trabajadores españoles de Ca n’ Oriach, que son comunistas y españoles, y se los das a Pujol».
El pobre Toni Farrés, que en paz descanse, bajó la cabeza y se perdió.
Pájaro bobo considera ahora que su vida ha estado marcada y enmarcada por dos experiencias vividas como dos tragedias: la muerte de su padre y la conjura para destruir España.
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