Rodríguez Zapatero: una fórmula política para una crisis económica
Es difícil imaginar que Zapatero pueda elaborar un proyecto o un programa integral y sistémico para abordar una situación o un problema complejo de naturaleza económica. A él lo que le tira es el gesto rápido, la pirueta, la declaración pública por sorpresa y mirando al tendido. Zapatero es ante todo un demagogo en la peor acepción de la palabra, o sea, un embaucador.
Esas cualidades y esa disposición le llevan no sólo a suplantar sin el mínimo rubor al ministro de Economía, haciendo declaraciones y dando explicaciones sobre temas que ni entiende ni conoce, sino incluso a formular propuestas para hacer frente a los problemas económicos de los españoles; no para solucionarlos sino para postergarlos y agravarlos.
De hecho, tan pronto como barrunta tormenta, Zapatero toma la palabra y promete solemnemente que «las personas necesitadas no quedarán desatendidas». No se compromete a combatir el paro y la miseria con medidas encaminadas a promover la actividad empresarial y laboral, sino que garantiza medios de subsistencia a los más necesitados en forma de ayudas de carácter social. En realidad, con ello lo que busca y consigue es fidelizar el voto de algo así como cinco millones de personas.
Una nación es ante todo una unidad de producción, y lo que hace Zapatero es aplicar una solución política o si se quiere falsamente social y socialista a un problema económico que, dada la naturaleza de las cosas, tradicionalmente se abordaba y se procuraba resolver esencialmente en términos económicos, o sea, reactivando el sistema productivo para que la energía en forma de flujo dinerario irrigara de nuevo todo el tejido social, empezando arriba, en la empresa, y terminando abajo, en los trabajadores y los más necesitados. Por triste y cruel que pueda parecer, la experiencia nos demuestra que si das de comer a una persona te aseguras su voto a perpetuidad, pero esa persona difícilmente volverá a trabajar Y, en opinión del Insomne, eso también es corrupción.
A las personas hay que ayudarlas cuando lo necesitan, pero la solución del problema no está ahí sino en incorporarlas al proceso de producción: en él se realizan a sí mismas y contribuyen activamente a mejorar las condiciones de vida de muchos seres humanos y, en definitiva, de la sociedad en su conjunto. En las sociedades modernas, la solución racional y civilizada de los problemas —de todos los problemas, de casi todos los problemas— está en el trabajo. En él deben converger los esfuerzos de explotadores y explotados.
Con su plan social, Zapatero fideliza el voto de los necesitados y deja las crisis económicas para las empresas o, si se quiere, para el capital y los capitalistas. En la práctica eso significa que hasta ahora el socialismo ganaba las elecciones en períodos de prosperidad y las perdía tan pronto como afloraba la crisis, pues en esa situación hay que tomar medidas que, por austeras, espantan a los votantes de izquierdas.
Eso, hasta que llegó Zapatero, mago de las finanzas y del pensamiento mágico. Ahora, con la fórmula ideada por él las crisis sirven para reforzar la posición de la izquierda mediante subvenciones generosas a los parados, lo que a su vez lleva incluso a la promoción del paro como medio natural de éstos.
En opinión del Insomne, la idea, sea original o copia, merece un estudio a fondo y, si procede, una refutación en toda regla.
Pregunta a los cuatro vientos: ¿no es cierto, como piensa el Insomne, que la fórmula política de Zapatero para combatir la crisis económica conlleva, como mínimo, el peligro de promover la desnaturalización y el envilecimiento de la clase trabajadora caracterizada históricamente por su espíritu de lucha?
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