Partidos políticos: el modelo económico y más allá
La actividad de las estructuras económicas viene determinada por un juego o intercambio de energía mediante un proceso continuo de entradas y salidas. El equilibrio ideal o teórico sólo existe como referencia. En la práctica, toda estructura económica ha de registrar un superávit, como mínimo, suficiente y, a ser posible, ajustado a sus condiciones en cada momento, en cada situación.
Podemos imaginar que todas las estructuras económicas —organismos y organizaciones— poseen un cerebro y un cuerpo social. El cerebro fija los objetivos finales de la estructura (estrategia) y los medios para alcanzarlos (táctica, tácticas). El cuerpo social constituye la parte visible de la estructura (en este caso, un partido político). Y, como un partido político se rige por criterios económicos, el cuerpo social debe tener, entre otros atributos, una imagen exterior que facilite su venta en forma de difusión e implantación. En el cerebro están los que piensan y dirigen; en el cuerpo social o, más exactamente, en su fachada o escaparate, los encargados de vender esa imagen en los medios de comunicación, en los mítines, en las asambleas, en la calle.
La vida de las empresas y los partidos políticos, en cuanto estructuras económicas, está en las ventas. Y, por lo tanto, también su futuro.
Esa es la filosofía que preside tradicionalmente la actividad empresarial. Y también la organización de los partidos políticos creados a partir de una cúpula en torno a intereses de clase. Primero existen los intereses, después la cúpula, después el partido como cuerpo social y, en él, los vendedores. Estos venden promesas sirviéndose de su imagen, que, en definitiva, es la imagen del partido.
¿Alguien ha dicho alguna vez que los partidos políticos operan básicamente con promesas?
A la luz de la historia podemos afirmar que los partidos democráticos nacen en las capas inferiores de la sociedad y prácticamente por generación espontánea. No hay cúpula protectora de intereses de clase como punto de partida. Y si eso es así, también lo es que sólo los partidos de genealogía popular son democráticos. En principio.
Pero, como los tiempos cambian y las artes se perfeccionan, los partidos políticos de origen burgués han adoptado modelos formalmente democráticos en su organización interna (siempre tras la obligada criba y selección de personas y cargos), mientras que los partidos de genealogía popular y democrática se han aburguesado y han copiado, adaptado y adoptado el modelo empresarial y económico de sus antiguos antagonistas. En líneas generales, hoy todos los partidos políticos tienen la misma estructura interna y, por lo tanto, todos son burgueses, muy burgueses, sólo formalmente democráticos.
Y, naturalmente, todos se dedican a vender y a venderse. La política es un mercadillo de mercadillos.
Zapatero vende su imagen como la imagen del PSOE, Esperanza Aguirre vende su imagen como la imagen del PP y Albert Rivera vende su imagen como la imagen de Ciudadanos. Sólo Rosa Díez vende su imagen esencialmente como la imagen de sí misma. Rosa es la madre; UPyD, el embrión, acaso la criatura.
Freud nos dejó tres arquetipos para caracterizar a los protagonistas de la vida pública: el pensador o ideólogo, el guerrero u hombre de acción y el hombre perfecto.
Básicamente, el pensador piensa, no actúa; el hombre de acción actúa, no piensa; y el hombre perfecto piensa y actúa. Primero piensa y, acto seguido, actúa.
Evidentemente, en política ha habido algunos hombres perfectos de acuerdo con el modelo freudeano. El médico vienés cita a Moisés. Yo, en cambio, pienso en Lenin, pero, posiblemente también a José Antonio debería colocársele en ese apartado, al menos en mi opinión.
Hoy, en España y fuera de España abundan los vendedores metidos a ideólogos, incluso a hombres perfectos. Obama, Sarkozy, Zapatero.
Todos sabemos que Zapatero es un vendedor, un vendedor de humo. A mi modo de ver es lícito pensar que, después de su paso por el gobierno de España y la dirección del PSOE, el socialismo español será un recuerdo.
¿Memoria histórica?
Para entonces, el susodicho ya habrá acabado con los restos de un pasado vivido como lucha y conciencia ética, pero también con un futuro soñado y perseguido como utopía o, más exactamente, como realidad racional.
Para mí será un trance tanto más doloroso cuanto que está y estará ligado inevitablemente a la memoria de mi padre, arquetipo de la conciencia ética y la lealtad.