Blacky, criatura con alma
Cuando Blacky nos dejó y fue a esperarnos al otro lado de la muerte, en casa lloramos todos: Margarita la mestressa, Ana la doncella, Miguel el informático, Ramón el recluso.
En el ascensor, Blacky nos regaló su última mirada, luego danzó una vez más sobre la acera y, sin que nadie sepa cómo, se puso a navegar en el aire, frente a la casa misteriosa, hasta que sólo quedó de él una estela, la estela de un ser con una existencia hecha de fidelidad y agradecimiento.
Espiritualización se llama eso.
Blacky fue una criatura agradecida, y para nosotros sigue siéndolo. Formó y forma parte del clan familiar.
Por eso Margarita continúa llamándolo por su nombre y hablando con él a diario, mientras que el recluso, más fantasma que materia grasa, pasea con él cada atardecer siguiendo el arc-en-ciel que une el búnker de pladur y el muro palimpsesto con la Barceloneta, puerto del mar de la Sargantana.
Paseos virtuales con figuras invisibles por diáfanas.
Como las almas.