A la burguesía catalana no le gustan los toros
El Insomne ha afirmado —manta vegada!– que lo que hay hoy en Cataluña –eso que unos sufren como si fuera una maldición bíblica y otros benefician como otrora se beneficiaban las minas– es en esencia un movimiento burgués, no una manifestación extemporánea por tardía de los nacionalismos europeos del largo siglo XIX.
Los nacionalismos son interclasistas, sobre todo en su fase de formación; los movimientos burgueses son siempre, necesariamente, clasistas.
Eso, perteneciente al abecedario histórico de la lucha social, lo sabían muy bien tanto los líderes del proletariado nacido en la muy trágica ciudad de Barcelona al calor de la Revolución industrial y caracterizado por su rotunda voluntad anarquista como los burgueses que, en la contienda de 1936-1939, viendo en peligro sus vidas y sus haciendas, se pasaron al bando nacional y luego recibieron a Franco en la Diagonal barcelonesa como su providencial salvador y libertador.
¿Les vendrá de ahí y de entonces su nacionalismo?
En cualquier caso, lo cierto es que la actual clase trabajadora de esta naciúncula con pretensiones de nación y Estado llamada Cataluña sufre ahora la opresión y el escarnio de la burguesía heredera del patrimonio y, en parte, la ideología de las cien familias residentes en el decimonónico Eixample barcelonés.
Se trata de una clase trabajadora integrada en una comunidad sociolingüística con más de cuatro millones de personas, equivalentes al sesenta por ciento de la población de Cataluña, que conserva, además de su lengua, sus costumbres y sus fiestas.
Gent de fora, costums de fora…
Y, como la tanca catalana tiene su propio Parlamento y sus propias leyes, amén de sus propias costumbres y sus propias fiestas, incluidos los correbous, se comprende que la muy ilustrada y muy europea burguesía de nuestro país vecino haya decidido poner fin a algo tan primitivo y tan salvaje como la españolísima corrida.
Lo dicho: a la burguesía catalana no le gustan los toros.
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