La tanca catalana

Para Jon Juaristi,  con la vara de medir extremeña

A  lo largo de los últimos meses, acaso años, el Insomne ha venido apreciando  una creciente preocupación por los manejos de los  responsables de  la tanca catalana, con sus conjuras y sus traiciones,  en los  comentarios de intelectuales y  políticos de la Meseta, ahora meseteños, no mesetarios.

Esa preocupación  va, por ejemplo, desde  Jon Juaristi hasta José Bono, pasando por Edurne Uriarte, García de Cortázar, el elenco de ABC  (con deshonrosas  excepciones), Carlos Carnicero, Joaquín Leguina, Guillermo  Fernández Vara,  Miguel Ángel Revilla, José Luis Barreda y, cómo no, las siempre aguerridas Esperanza Aguirre y Rosa Díez.

Por lo que el Insomne ha podido observar y esbrinar, dicho  sentimiento  presenta  ahora ribetes de sobresalto y congoja,  alguna vez incluso de indignación, nunca de iracundia a la vieja usanza,  pues es sabido que en una democracia que se precie y aprecie no hay lugar para las  actitudes desgarradas y los gestos exaltados.

Para conjuras y traiciones, sí. Y en abundancia.

Nuestra democracia pide  que se respeten mínimamente  las formas; las lealtades quedan para otros tiempos y otras gentes. Por eso, precisamente por eso, nuestro jefe de Gobierno se ha procurado la guía y el consejo de Francisco Caamaño,  ministro de Injusticia y especialista  en fraudes de ley y estatutos trampa.

En nombre de todos los traidores de  este ex país, enhorabuena.

Recientemente, Jon Juaristi ha comparado el actual régimen político catalán  –pues hay que decirlo: ¡Cataluña posee hoy un régimen político propio y exclusivo!– con el franquismo.

Es evidente que en términos democráticos y epistemológicos  tiene derecho a hacerlo, pero, a los ojos del Insomne,  franquismo y catalanismo excluyente y separatista son comparables, no equiparables.

En dos palabras, manca finezza!

El franquismo fue un régimen  de inspiración  fascista y, por eso mismo,  militarista y exhibicionista, mientras que el actual régimen sociopolítico catalán  nació al abrigo  de una conjura  y  desde entonces se asienta en una muy mediterránea y muy sigilosa omertà.

Las conjuras son por definición sigilosas. 

En el caso que nos ocupa  se trata de la conjura de las cien familias que desde la Revolución industrial han venido monopolizando  la actividad económica y política de estas tierras y sus gentes.

Cien familias burguesas: movimiento burgués, ¡nunca nacionalismo!

El nacionalismo es interclasista y, dentro de sus límites,  integrador gracias a una dinámica dual de desarrollo vertical,  de abajo arriba y de arriba abajo, mientras que  los movimientos burgueses, sujetos a un eje horizontal y a una dinámica circular,  son  endogámicos y excluyentes.  Carecen  de base popular y obrera; al menos, en un principio.

Pero, como los burgueses  que vivían en el Eixample barcelonés y tenían sus  vapores en Sabadell y Tarrasa lo sabían muy bien, prepararon la jugada y, llegado el momento, se apresuraron a disfrazarse  de nacionalistas con la misma facilidad  y la misma buena conciencia (falsa buena conciencia marxiana) con las que antes se habían disfrazado de nacionales.

En la práctica, la acción consistió  en desplegarse  en abanico y comprar/usurpar/copar por sorpresa  la dirección  de todos los partidos políticos de Cataluña, de manera que aquí, bajo una apariencia democrática, la política la hicieran ellos,  sólo  ellos, para ellos.

Había nacido la  tanca catalana, que daría contenido y forma a la política de la puta i la Ramoneta,  aportación suprema de los hijos de esa burguesía a la historia de las ideas políticas de Occidente.

Y si eso lo sabe –naturalmente, a su manera–,  alguien como  Guillermo Fernández Vara, ¿tenemos derecho a  pensar que no lo saben el jefe de Gobierno, el injusto ministro de Justicia,  los miembros del Tribunal Constitucional y el mismísimo Rey de España?

En cualquier caso, la conclusión del Insomne es:  todas  las instituciones políticas que hay actualmente  en Cataluña son ilegítimas, pues son fruto de una conjura.

Nota

La palabra catalana tanca, del verbo tancar, significa cierre y de ahí valla. Con un poco de imaginación la podemos asociar con voces tan españolas como  majada,  corral y corralito, pero también, cómo no, con el muy italiano  catenaccio.


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