La pantomima catalana: relevo y nueva etapa
Días pasados, José Montilla y Artur Mas, dirigidos (aconductats) respectivamente por Pasqual Maragall y Jordi Pujol, escenificaron el relevo al frente de la Generalidad, sus poderes y sus haberes.
El saliente y silente Montilla, oportunamente instruido (assabentat) por su amo y señor, celebró su derrota, traición incluida, y, parapetado tras una sonrisa de hielo, cedió los atributos del cargo a un tal Artur Mas, lacayo de Pujol ben Gurión y ahora presidente número 129 de Cataluña/Catalunya, nación Estado virtual alojada en el costado derecho de España o, si se prefiere, situada al costat de ella.
Ceremonia burguesa para burgueses, a la vez miembros atávicos y vitalicios de la clase dominante de este país o naciúncula y representantes del Partido Único de Cataluña. Cuórum de funcionarios y claca de okupas. Todos a sueldo. El Estado opresor paga.
¿Que dónde estaban las cabezas pensantes y dolientes de la charnegada?
Imagino que en un polideportivo del bajo Llobregat, hinterland y gueto de los otros catalanes, aquellos que siguen hablando y blasfemando en español y, por eso mismo, no tienen derecho a participar en los fastos del catalanismo institucional, rabiosamente burgués, ni a sentarse a le mesa de los señores.
¿Y qué hacían allí las cabezas pensantes y dolientes de la charnegada?
Pues, a buen seguro, maldecir a los Maragalls, los Montillas, los Icetas, los Salas, los Zaragozas i tutti quanti…
Cabe pensar que esas cabezas no están dispuestas a soportar por más tiempo el oprobio y el engaño de que han sido víctimas y se niegan a seguir siendo cómplices de quienes, después de traicionarlos, han estado comerciando con sus voces y sus votos durante décadas.
No habrá proceso por fraude ni devolución de lo usurpado.
Está claro que el catalanismo institucionalizado va a continuar su sinuosa y prometedora derrota hacia la independencia, sin abandonar en ningún momento la política de la puta i la Ramoneta, garantía de impunidad en caso de fiasco, pero hay que hacer constar que, a estas alturas de la película, aquí, como en Vascongadas, todos se conocen y cada uno sabe quién es quien.
Es verdad asimismo que, al menos en cierto modo, la burguesía todavía controla la situación y mueve los hilos, pero ahora, descubierto el fraude, los ciudadanos tienen la primera y la última palabra.
Cuarenta millones de españoles los contemplan.
¿Acaso no es esto una especie de democracia?