Dos lecciones alemanas
Ante la última gran crisis económica del capitalismo, Alemania optó por mantener básicamente intacta su máquina productiva y repartir la menor actividad existente entre su población laboral. En principio no se amputaría ningún sector productivo ni se despediría a nadie; simplemente se repartiría de manera equilibrada la actividad perdida. Todos trabajarían menos pero, en la medida de lo posible, todos seguirían trabajando.
Si en momentos de máxima actividad (Hochkonjunktur) se habían repartido entre todos los productores los excedentes de trabajo y beneficio, ahora, de acuerdo con la misma lógica, había que repartir, igualmente entre todos ellos, mermas y pérdidas.
El resultado de ese tratamiento de la crisis está a la vista. El país superó con creces sus dificultades e inició rápidamente un nuevo período de pujanza. Todo ello sin dañar ni mutilar su máquina productiva.
La operación resulta tanto más meritoria si tenemos en cuenta que en 1989-1990 Alemania tuvo que asumir íntegramente el coste de su Reunificación (Wiedervereinigung) o, lo que es igual, la asimilación de toda una máquina estatal tan burocratizada como ineficaz.
La más reciente lección alemana ha sido en verdad menos llamativa pero acaso no menos inteligente e instructiva. Angela Merkel, su Kanzlerin, decidió no sólo mantenerse al margen de la desafortunada intervención aliada en Libia, al parecer urdida por Sarkozy como venganza y conjura, sino que además, como para rematar la jugada, sacó literalmente sus barcos del Mediterráneo y así se los hurtó a la OTAN y su mando supremo.
Moraleja. Ante una situación conflictiva, la inteligencia práctica o, más exactamente, económica se manifiesta como la facultad de simplificar planteamientos y soluciones en beneficio propio.