Los cuatro subalternos del PSC: un gay y ningún maestro en gay saber
Los estrategas del PSC esperaron a obtener el voto de la charnegada el 20-N, con la complicidad única (¿y última?) de la Carme de Roures (vía Miguel Barroso), para iniciar su nueva etapa como facción pseudoizquierdosa del Partido Único de Cataluña.
Catalanismo separatista al dictado de José Zaragoza y Jaume Roures, eminencias grises con perfidia malsina.
Imagino que hasta ahora nadie intrigó tanto con tan pocos medios propios y con tantos medios ajenos y contrarios a su intriga.
Tengo para mí que ni siquiera un hijo de los hijos de Israel.
Tengo asimismo para mí que la Carme de Roures, ministra de indefensa, ha estado en todo momento al corriente de la intriga y la ha apoyado con celo y fruición.
Llevo años preguntándome por qué en la lengua de estos hijos de las sombras no se emplean nunca, nunca pero nunca, nunca, palabras equivalentes a las españolas «falso», «falsedad», «traidor» «traición», «cobarde», «cobardía», «desleal», «deslealtad», «delator», «delación».
Todo un campo semántico digno de estudio.
Uno de sus referentes limítrofes sería «colaboracionista», concepto que la burguesía instauradora de la «política de la puta i la Ramoneta» ha erigido en sinónimo de adicto a la causa y, sin pronunciarlo jamás, reserva a esos que, más allá de las apariencias impuestas por las circunstancias, ni se entregan ni se rinden sino que siguen judaizando en secreto, ya sea en las sacristías, en los conventos o en las mansiones barcelonesas de Sant Gervasi, hasta que llega su hora
Los cuatro subalternos del PSC –Miquel Iceta, Joan Ignasi Elena, Pere Navarro y Àngel Ros– dicen que sí, que ha llegado la hora de abandonar el PSOE y quedarse con los votos de la charnegada.
La Carmeta se lo ha asegurado.
Evidentemente, ellos son cómitres y kapos, no maestros en gay saber (fröhliche Wissenschaft).
¿Y qué dicen los gerifaltes del PSOE?
Unos –Zapatero, Rubalcaba, Iglesias, etc.– están de acuerdo y apoyan la intriga independentista catalana, integrada en la conjura por un Estado federal sin España ni españoles, mientras que otros, capitaneados por ese bocazas rastrero y servil llamado José Bono, están dispuestos a hacer la vista gorda con tal de que, llegado el día de la Constitución, un fenicio bese la enseña nacional e incluso sea capaz de gritar, aunque sea con la boca pequeña, siempre torcida, ¡viva España!
Sí, ¡viva España!