Artículos del día 15 de febrero de 2012

Tàpies: entre el ego y la sobriedad

Como el nombre de Tàpies figura desde hace más de cinco décadas  en la historia del arte y su obra está presente en numerosos museos de todo el mundo, algunos de ellos tan selectos como prestigiosos, habrá que rendirse a la evidencia y convenir en que lo suyo o es arte o tiene que ver con el arte.

Evidentemente, también es lícito afirmar que existe un arte mayor y un arte menor, sobre todo en tiempos como los nuestros en los que la precariedad y la contingencia o, si se prefiere, los relativismos alumbrados por la globalización  han acabado con la inmensa mayoría de los valores absolutos de implantación social   y entre ellos con la belleza ideal como referente supremo y obligado de la creación artística de los seres humanos.

A mi entender, las creaciones de Tàpies —stricto sensu ni pinturas ni  esculturas ni bajorrelieves– pueden contemplarse en su conjunto  como una modalidad de la llamada arte povera italiana. Se trata por lo general de objetos humildes, domésticos y cotidianos a los que mediante una manipulación elemental, no siempre amorosa, este artista-artesano-bricoleur infunde el sello de una  fortísima personalidad entendida, según se quiera, como manifestación auténtica  de su ser o como  máscara y forma alienada  de él.

Es cierto que Pablo Picasso acertó a construir una cabeza de toro con un manillar y un sillín de bicicleta, una boca de babuino con dos cochecitos de juguete e incluso a suspender en el aire una  figura humana con la sola ayuda de un  rudimentario trampantojo, pero  también es cierto que el pequeño y pícaro malagueño con los ojos como cochinillas tenía ángel, el ángel del genio,  y además  había pasado hambre, mucha hambre, tanto en la Barcelona de principios del siglo XX como en el París de la bohemia, mientras que el catalán Tàpies, miembro de una familia de la sociedad bien habiente y bien pensante de Barcelona, eligió para su actividad una parcela  pobre en recursos estilísticos y pobre en motivos como materia prima.

Ahí tal vez sólo un demiurgo puede alumbrar un arte superior.

Se ha dicho que Tàpies se pasó los últimos treinta años de su vida activa repitiendo temas y técnicas. Es posible, pero, con las debidas salvedades y variantes, eso  o algo parecido les ocurre a la inmensa mayoría de los creadores. Incluidos, claro está, los de la pluma.

El tiempo nos dirá qué hay de auténtico y perdurable en la obra de Tàpies, más allá del llamativo contraste entre una personalidad con visos de egolatría y una actividad presidida por la sobriedad  y centrada en la dignificación, no meramente  estética,  de  muchos de  nuestros objetos  más cercanos.