Artículos del día 20 de marzo de 2012

España: ajuste del sistema económico, no reforma laboral

A la vista de las abundantes y aleccionadoras experiencias de Europa y sus  naciones, no dudaré en afirmar  que lo que España necesita con urgencia, desde hace años, es un ajuste integral y  equilibrado de todo su sistema económico, no una reforma laboral concebida y vendida como apaño por vía de apremio.
¿A qué jugamos? Evidentemente, a lo que hemos jugado durante toda nuestra historia.

Históricamente, el sistema económico español presenta dos patologías  gravísimas  de muy difícil tratamiento y aún más difícil curación: una endémica falta  de productividad y un no menos endémico desequilibrio  orgánico.

Para colmo, en esta etapa histórica del capitalismo la economía especulativa –llámese bolsa, banca, mercados o Gran Hermano– manda descaradamente sobre la economía productiva e impone dolosa y furtivamente su ley a empresarios y obreros.

La falta de productividad y rendimiento es propia de los países meridionales, en este caso  de los PIGS, mientras  que el desequilibrio nace, al menos en mi opinión, del espíritu especulador del ser  humano  y en la práctica aparece  íntimamente ligado con el  modo de producción europeo o, en otras palabras, con nuestro capitalismo.

Lo que deja no se deja o, si se prefiere,   sólo se deja lo que no deja.

Marx vaticinó que los desequilibrios congénitos e irreconciliables del capitalismo provocarían su autodestrucción en forma de una última y definitiva crisis sistémica, más a corto que a largo plazo.

Evidentemente no ha sido así y de momento  no parece que vaya a ser así, aunque sólo sea por falta de alternativas.  Pero a estas alturas de la historia de la humanidad  es obligado admitir que el capitalismo actual es muy diferente del de hace cien o ciento cincuenta  años,  pues,  volens  nolens, ha aprendido no sólo a hacer concesiones que la clase obrera se ha apresurado a contabilizar y capitalizar  como conquistas propias y avances sociales –¡que lo son!– sino también a mejorar la operatividad de su máquina productiva con  ajustes y reajustes, más o menos amplios y profundos, que le han permitido superar  crisis  y conjurar amenazas que ponían en peligro su existencia presente y futura.

En la práctica,  desequilibrios orgánicos y crisis operativas, una vez digeridas y asimiladas,   han contribuido a mejorar la salud del capitalismo y a ampliar sus expectativas de vida.

A mi modo de ver, una reforma laboral con cargo a la clase trabajadora  exigiría  –¡necesariamente!– como contrapartida una reforma laboral con cargo al  empresariado, pues por más que el  judío alemán nacido en la romana Tréveris diga que el capital del asalariado son sus brazos (¿lapsus o perfidia?),  hoy en día el asalariado piensa y, como piensa,  tiene derechos y formula exigencias.

Ahora, la Europa de las naciones y las democracias aceptablemente operativas nos enseña que el equilibrio de la máquina económica de un país  exige  a su vez un equilibrio  de las relaciones laborales  y un equilibrio del conjunto de la sociedad civil.

En definitiva,  la democracia, si quiere ser funcional, operativa y duradera,  debe responder a un pacto bona fide  entre las partes. Hoy nadie es más listo que los demás y, sobre todo, nadie acapara tanto poder como para  imponerse a todos los demás sin tener en cuenta los derechos y las aspiraciones de éstos.

Personalmente considero que los españoles deberíamos aprender de quienes  han   decidido reducir de manera uniforme y equilibrada –¡voluntariamente!– su jornada laboral, y consecuentemente sus ingresos,  para no mutilar ni arruinar  irracionalmente la máquina productiva, por no hablar de quienes han renunciado a dos semanas de vacaciones pagadas, convencidos de que, a la larga,  ese  regalito o Bescherung  es perjudicial para la ciudadanía.

Es posible que,  a la vista de tan democráticos e inteligentes ejemplos, algún asalariado de  estas tierras comprenda que, para luchar contra la explotación, tal vez lo más acertado es empezar por dejarse explotar y que, dentro de ciertos límites,  los trabajos mejor remunerados son aquellos en los que más  se aprende.

Por el contrario, trabajar sin aprender convierte al ser humano en víctima y verdugo de sí mismo, al tiempo que lo recluye en un círculo que perpetúa su explotación.

La convivencia  humana, fruto de un egoísmo racional, cristaliza en una relación simbiótica que tiene su origen en la naturaleza y, muy concretamente, en el instinto de supervivencia de los animales irracionales:  depredador y depredado se necesitan mutuamente para vivir y sobrevivir.

¿Y qué pasa  entonces con los parásitos?