¿Fatalidad?
Puede decirse que la voz de alarma lanzada por Aznar –¡España sangra por sus costados!– domina estos días las portadas de los periódicos de aquende y allende el Ebro. Entre los ciudadanos, unos se pronuncian abiertamente a favor de una intervención pronta y enérgica del Gobierno de la Nación y otros en contra, mientras que la inmensa mayoría calla y espera acontecimientos. Lo de siempre. Pero, a diferencia de lo que ocurría en la España de 1936, en la España de 2013 todos nos conocemos y cada vez son más los que están pendientes de la jugada.
Ciertamente, los separatistas, en especial los catalanes, han aprendido mucho desde entonces. Y han tomado medidas preventivas. Lo suyo tiene demérito, mucho demérito. Han preparado su jugada con tiempo y perfidia. Décadas de trabajo en la oscuridad, vías de penetración, convoyes de aprovisionamiento, trenes de choque. En el ámbito de la intriga y la conjura no es fácil vencer y superar a un homenot como Jordi Pujol, capaz de hacerse proclamar «español del año» para granjearse la confianza de los madrileños de Abc y, a partir de ahí, ganar tiempo y seguir adelante con la trama, la intriga y la conjura; tejer aquí, destejer allí.
La eterna política de la puta i la Ramoneta!
Aunque espero y deseo que no les salga bien la jugada, hace tiempo que tengo demonios en el cuerpo; el demonio de la rabia, el demonio de la ira, el demonio del rencor. Imagino que eso no es bueno para alguien que está a punto de cumplir 80 años. A esa edad, parece que lo más conveniente es prepararse a morir. Pero, ¿acaso puede pensar alguien en la muerte propia cuando se considera un patriota y ve y siente que su patria está a punto de saltar por los aires víctima de una conjura que él ha visto nacer y crecer, de traición en traición, durante décadas?
¿Es que estoy condenado fatalmente a ser un traidor?