Espíritu democrático y lenguaje
Hace unas semanas saludé esperanzado la aparición del periódico digital CRÓNICA GLOBAL como joint venture y nueva etapa de un proyecto español y democrático en Cataluña.
Sin embargo, no pocas de las colaboraciones que he leído hasta ahora en sus páginas tiran por tierra esa esperanza inicial y me llevan a pensar que con toda seguridad estamos ante una nueva acción con sello estelar y estelado de fondo.
En líneas generales, el contenido y la forma de esas colaboraciones tienen muy poco de lo que, de acuerdo con mi experiencia, buscan los antiguos y fieles seguidores de La Voz de Barcelona, hasta ayer mismo uno de los contadísimos medios digitales con foro abierto a quienes, frente a la ideología impuesta y, por eso mismo, dominante en Cataluña, han decidido seguir siendo españoles y ejercer como tales.
Contenido y forma que, salvo alguna excepción, me hacen poner en duda, de una parte, la formación intelectual de sus autores y, de otra, arrojan sospechosas sombras sobre su filiación ideológica e incluso política.
Considero que, dadas las credenciales exhibidas, a varios de esos autores se les podría pedir un mejor conocimiento tanto de la lógica del lenguaje como, en concreto, de la lengua española y su uso en forma escrita, toda vez que, como puede comprobarse fácilmente, emplean de manera sistemática una sintaxis apodíctica, hecha de afirmaciones y negaciones tan rotundas como poco razonables y poco razonadas, en la que no faltan penosas descalificaciones.
Faltos de una tradición laica de cuño europeo y, en consecuencia, de una intelectualidad laica y un pensamiento laico, los españoles seguimos bebiendo en el lenguaje dogmático (trentino) de los púlpitos de nuestras catedrales y en el lenguaje imperativo (decimonónico) de los patios de armas de nuestros cuarteles.
Hemos cambiado de milenio y de siglo, pero, aun así, esas siguen siendo nuestras principales y casi exclusivas fuentes de alimentación.
Pienso que lo dicho es válido por igual para los políticos de izquierdas y derechas, para los intelectuales con filiación ideológica y sin ella, y, como no podía ser por menos, para el común de los españoles de aquende y allende el Ebro.
Por el contrario, en la vieja Europa hay una tradición laica o profana que, vivida y entendida como doctrina herética y pensamiento heterodoxo, arranca de la baja Edad Media y, a través de los humanistas del Renacimiento, llega a la Reforma. Lutero practica y predica la lectura.
Legere aude! ¡Atrévete a leer!
Establecido el esquema dialéctico en el ámbito de las ideas –religión (ortodoxia-heterodoxia) y pensamiento– y en el ámbito de la política y la sociedad –naciones, imperios, movimientos, revoluciones–, el hilo de la historia, a mi modo de ver presidido por una coherencia tan manifiesta como sorprendente, nos lleva a la Ilustración y la Revolución Francesa. La Ilustración (Aufklärung) libera al ser humano de su condición de criatura desvalida (unmündig) y lo consagra como persona adulta y sujeto pensante, responsable de sus actos, a través del estudio y el conocimiento (sapere aude!), mientras que la Revolución Francesa envía a la guillotina al absolutismo monárquico y nos presenta el primer ciudadano europeo.
Y si hoy, en un Estado de derecho, a cada ser humano en cuanto ciudadano le corresponde un voto, en cuanto sujeto pensante le corresponde un criterio, criterio que cada vez que es ejercitado se convierte en opinión.
Podemos resumir lo expuesto diciendo que, en el ser humano, el espíritu democrático surge como una actitud intelectual, a la vez epistemológica y ética, que le lleva a implicarse socialmente, impulsado por el deseo de mejorar las condiciones de vida propias y colectivas. Actitud intelectual e implicación social reclaman a su vez un lenguaje, igualmente democrático, de acuerdo con el cual lo que un ser humano dice es sólo una opinión y como tal conviene expresarlo.
Así, pues, el espíritu democrático deja poco espacio a las actitudes autoritarias y excluyentes tanto en el plano de las ideas y la acción social como en el de la lengua, pero las contabiliza como posibilidades reales.
En definitiva, si lo que uno dice es siempre y sólo una opinión, una sociedad de seres pensantes y hablantes en un régimen de libertades es nada más y nada menos que un universo de opiniones.
Bueno, esa es al menos mi opinión
Nota
Este texto fue redactado, impreso y difundido a principios de septiembre de 2013. A mi modo de ver, en España lo español ha sido y es siempre lo democrático y lo democrático ha sido y es siempre lo español, pues los españoles han sido y son siempre mayoría y no parece lógico pensar que esa mayoría haya decidido la destrucción de su patria, que es tanto como decir su propia destrucción. Las ideas vertidas sobre nuestro lenguaje imperativo o castrense y religioso o dogmático responden a una visión personal de nuestra historia y nuestros demonios. En cualquier caso, como hombre de mi tiempo no acepto un régimen político asentado sobre la desnaturalización y/o destrucción de España vista como nación y sentida como patria.
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