Ajedrez: Magnus Carlsen
Dada su condición de campeón mundial de ajedrez con 22 años, es obligado pensar que el muchacho posee dotes excepcionales para el cálculo, aunque, a decir verdad, su físico no responde a los estereotipos habituales en un campo en el que abundan los chicos con aureola de genio extravagante.
En cualquier caso, se le asigna un coeficiente intelectual muy alto y su actividad ajedrecística nos confirma que, junto a esas cualidades, posee una fuerza de voluntad igualmente impropia de una persona de su edad, que me atrevería a definir más bien como resiliencia (resilience), pues, según confesión propia, empieza a sentirse a gusto cuando, superadas la apertura y buena parte del medio juego, la partida se adentra en su fase última y decisiva.
Evidentemente, hoy el ajedrez como actividad mental al servicio del ser humano ha quedado empequeñecido por el concurso –a mi modo de ver, desleal y abusivo- de máquinas electrónicas. Como resultado de ese concurso, hace ya tiempo que también en este campo se viene hablando de ciborgs, ingenios mitad cibernéticos y mitad humanos, con una capacidad de cálculo que sobrepasa en mucho la mente humana y amenaza con poner fin a todos los enigmas del llamado juego ciencia o, al menos, con reducirlo a lo que acaso fue en un principio, un pasatiempo y un juego de niños.
En ese punto y en ese momento histórico podemos situar a Magnus Carlsen, a quien yo nunca llamaría el Mozart de las sesenta y cuatro casillas como han hecho varios comentaristas.