El abad que yo conocí
Debió de ser con toda seguridad a finales de la década de los setenta de ese siglo que ya es historia. Los dos estábamos en la barbería-peluquería existente entonces junto a mi casa, en Sabadell. Él, un chico joven, se me acercó y, después de comentarme algo sobre un pequeño artículo que yo había publicado días antes en el periódico local, me animó (¿incitó?) a que continuara con mi labor y en mi línea.
Quiero recordar que en el artículo yo me había pronunciado abiertamente contra Franco, el franquismo, el gobierno de la Transición o contra todo a la vez. .
Evidentemente, él me conocía; yo a él también, pero menos. Aun así, me sorprendió que alguien me soplara o insinuara qué y cómo debía escribir, pero sólo en parte, pues llevaba suficiente tiempo en Cataluña para saber cómo actuaban algunos clérigos de esta provincia o autonomía eclesiástica, aunque entonces todos sin excepción permanecían sumisos y silenciosos como trapenses. De hecho, la manera de actuar del futuro misacantano respondía a la que después sería una de las señas de identidad de los separatistas catalanes: incitar a la charnegada a dar la cara mientras ellos maquinaban la conjura en los conventos, entre plegaria y plegaria.
Han tenido que transcurrir tres décadas «i la torna» para que el clérigo, ahora abad, hiciera públicamente profesión de fe. Y la ha hecho, a buen seguro cumpliendo órdenes.