Sociedad civil
Por lo que sé, en las democracias consolidadas y eficientes, las instancias con poder de decisión y/o representación se controlan unas a otras, de modo que ninguna de ellas queda fuera o por encima del sistema, simbolizado convencionalmente por una pirámide truncada.
Ese control permanente y permanentemente equilibrado es el check and balance británico.
Si partimos de una situación ideal, vemos que en la base de la pirámide -siempre truncada y siempre transparente- está la sociedad civil, que, a su vez, controla la superestructura con todas sus instancias de poder de decisión y/o representación de acuerdo con un derecho que emana de la soberanía popular y busca el bien común, entendido en ocasiones como interés general.
Para mí, eso significa que, en un sistema democrático, las instituciones del Estado están al servicio de la sociedad civil, que vela por su recto y correcto funcionamiento en interés propio.
Es fácil entender y, en caso necesario, comprobar que sin esa acción de control y supervisión del conjunto del Estado y sus instituciones por parte de la sociedad civil no hay democracia debidamente operativa en términos sociales, políticos y económicos.
De hecho, los países con una democracia eficiente son aquellos -y sólo aquellos- que disponen de una sociedad civil dispuesta a defender sus derechos y sus obligaciones con los medios puestos a su disposición por la ley o, en su caso, la Constitución.
En mi opinión, la corrupción que, en los últimos tiempos, parece haberse apoderado de la llamada clase política española, allanando barreras ideológicas, es tanto más dolorosa cuanto que puede y debe entenderse como síntoma inequívoco de la corrupción de nuestra sociedad civil.
Sin una sociedad civil que supervise y controle el funcionamiento de la máquina del Estado no hay democracia.
Esa es la gran lección europea que, lamentablemente, los españoles aún no hemos aprendido.
Y para mí, como patriota, eso es con mucho lo más grave.