Colau y el colauísmo: penúltima maniobra envolvente del separatismo catalán
Entiendo que si el republicano Alejandro Lerroux (1864-1949) ha pasado a la historia como uno de los grandes demonios (demonio español) del separatismo catalán es porque el hombre entendió y defendió a su manera la españolidad de la clase obrera de Cataluña y, en un contexto más amplio, la españolidad de las capas populares de su sociedad.
Años treinta del siglo XX, años de la Segunda República española.
Desde entonces, para los separatistas catalanes lerrouxismo es esencialmente traición a Cataluña.
De hecho, los separatistas de estas tierras nunca han aceptado ni la españolidad de los catalanes ni la existencia en Cataluña de una comunidad de lengua española, a pesar de que esa comunidad existe y es claramente mayoritaria y a pesar de que –oh ignominia– la oprimen y explotan de acuerdo con un sistema de apartheid de cuño colonialista y cínicamente burgués.
Así fue en el pasado y así sigue siendo hoy, tras el hallazgo-invento de Pasqual Maragall y su implantación cuasi oficial con la llegada de la democracia formal a España, Cataluña incluida.
Desde entonces, en Cataluña, la política la hacen casi exclusivamente los catalanes, tanto para los catalanes como para los no catalanes.
Dictadura burguesa y régimen de apartheid en la Europa comunitaria y en este muy siglo XXI.
¿Fórmula? Derecho de voto para todos pero no de representación. La representación corresponde exclusivamente a nosotros, los que somos y seremos siempre catalanes.
Hace poco, Ada Colau, cumpliendo el encargo recibido, se disfrazó de activista social y decidió acudir en ayuda de los menesterosos de Barcelona, yendo de barriada en barriada, de desahucio en desahucio.
Su misión última y, a mi entender, menos solidaria es hacerse con el control de las capas inferiores de esta sociedad para, acto seguido, inocularles el catalanismo insolidario o, si conviene, recluirlas en las cavernas del ya mítico PSC. Así las tendrán controladas y, a més a més, podrán volver a negociar sus votos como votos catalanistas con el Gobierno de España y/o cualquiera de sus partidos.
Vieja historia cien veces repetida y otras tantas por repetir, hasta que llegue el ciudadano Rivera.
Si Dios no lo remedia, el tal Rivera llevará a cabo la última y definitiva maniobra envolvente de España, en España y contra España.
Entonces, un catalán, que bien podría ser Mas o su sucesor, negociará con un ciudadano catalán, que bien podría llamarse Rivera o Ribera, las bases de la nueva Constitución, de acuerdo con la cual Cataluña, a partir de entonces siempre y sólo Catalunya, asumirá la dirección y la representación nacional e internacional del nuevo Estado europeo.
¿Resultado?
La parte –Cataluña– se ha comido al todo –España–, que dejará de existir como tal.
¡La madre que los parió!