Diogenitas y usureros
Veo con cierta frecuencia programas de TV sobre casos, más bien patológicos, de personas con síndrome de Diógenes y la actividad de casas de empeño.
Estados Unidos, metrópoli del capitalismo más agresivo y hogar de un Lumpenproletariat irredento.
Me interesa sobre todo conocer la manera de pensar, vivir y comportarse de las personas; también sus problemas concretos, que aquí y ahora suelen girar en torno a la economía de subsistencia y sus derivados.
En inglés se los conoce con el nombre de hoarders, que significa literalmente acumuladores o acaparadores, mientras que en español se los define como personas con síndrome Diógenes.
Como el segundo término es excesivamente largo, he decidido llamarlos diogenitas, palabra que espero sea aceptada sin mayores problemas.
Por lo que he podido comprobar, estos diogenitas son personas mayores que viven solas y que poco a poco han ido convirtiendo su vivienda, por lo común una planta baja o una casa, en una especie de vertedero con pretensiones de búnker o fortaleza.
Parece ser que la idea dominante de su morador es protegerse y prevenir posibles carencias. Al menos, eso es lo que suele decir cuando le preguntan por su estilo de vida.
No obstante, yo veo más bien en su conducta una búsqueda deliberada de aislamiento y una vuelta a un extraño paraíso ancestral o, al menos, infantil.
En cualquier caso, conviene oír y escuchar la película de cada uno de los diogenitas. Se puede aprender mucho tanto de lo que son esas personas como de lo que es y no es cada uno de nosotros.
Los de las casas de empeño también acumulan cachivaches, pero sólo temporalmente y sólo si tienen valor.
Valor de cambio, se entiende.
Los de la casa de empeño que yo veo en TV son judíos (la chica ha dicho alguna vez que habla yiddish). Si los llamo usureros es porque, en mi opinión, se comportan como tales.
Ejemplo
Llega un negrito joven con un artilugio electrónico. El dueño y jefe del establecimiento le pregunta si lo quiere empeñar o vender.
–Vender.
–De acuerdo. ¿Cuánto quieres?
–Tres mil pavos.
–Cómo se te ha ocurrido esa cantidad?
–Es lo que vale . En internet lo venden por cinco mil.
–Pero no ese modelo. Ese modelo, exactamente el mismo que tú tienes, se vende por trescientos dólares.
–Entonces, ¿cuánto me das?
–Mira, como me caes bien, te ofrezco cien. Cien pavos al contado y en billetes de diez dólares.
–Venga, dame la pasta.
–Aquí tienes. Cuenta.
¿Tengo o no tengo derecho a afirmar que el prestamista/comprador es un usurero?