Artículos del día 8 de septiembre de 2015

Españoles al servicio de la burguesía catalana: 1940-2015 (Texto refundido)

Si hay algo en los separatistas catalanes que no deja de intrigarme es su incombustibilidad, incombustiblidad de un colectivo –¿Nationalität o natiuncula?– que se diría condenado por la historia y en la historia a un irredentismo vivido subjetivamente como frustración y flagelo. No ens en sortirem!    

Una vez instalada en el régimen franquista, no como invitada o aliada y receptora de  subvenciones de por vida a preu fet sino  como parte consustancial de su estructura superior y, lógicamente, ahora desprovista de  identidad política propia y diferenciada, la burguesía catalana medra y prospera, al tiempo que se expande y se diversifica  en beneficio de su promoción individual y corporativa.

A mi entender, lo dicho aquí es válido, con pequeñas adecuaciones, para las Provincias Vascongadas y su clase empresarial, burguesa y católica.

Con un poco de imaginación en ese momento podríamos situar el fin de la primera etapa histórica de la alianza de las tres burguesías ibéricas – castellana, catalana y vasca– y el punto de partida de una segunda etapa histórica con una nueva relación de fuerzas inter pares.

Las burguesías vasca y catalana, nacidas al calor de la Revolución industrial y por lo tanto esencialmente burguesas, ni nobles ni aristocráticas, se rebelan contra la burguesía castellana, de estirpe feudal, y su hegemonía política, que antes fue religiosa y guerrera.

Estamos en la segunda mitad del siglo XX y muy pronto nuestras burguesías emergentes, tras endosarse sendos atuendos ideológicos pretendidamente nacionalistas, se alzarán  –¡furtivamente!– contra el llamado Gobierno central, que es tanto como decir contra el Rey, el Ejército, la Iglesia y en definitiva el Estado español.

Quieren mando propio, no otorgado o delegado, en sus respectivos territorios; en una palabra, soberanía.

Mientras tanto, los trabajadores inmigrantes y sus familias siguen recluidos en los suburbios y las zonas industriales de las ciudades de Cataluña, donde terminarán formando una comunidad demográficamente mayoritaria y socialmente marginada.  Son, y somos, los charnegos.

Trabajan y callan. Muchos prosperan, más en lo económico que en lo intelectual/cultural y lo social.

Naturalmente, la sociedad de acogida quiere hacerse con el producto de esta nueva fuerza de trabajo, aunque en su fuero interno se resiste y se opone a que las gentes llegadas del Sur, con su idiosincrasia y sus maneras de pensar y vivir, diluyan la identidad catalana y desnaturalicen su ética, en el fondo siempre clasista y xenófoba.

Pero eso no lo dice ahora, lo dirá después.

Y también: Som i serem!

Durante nuestra doble y larguísima posguerra, la burguesía catalana, siempre atenta a su tarea,  se las ingeniará para ir colocando paulatina y sigilosamente un número cada vez mayor de agentes, confidentes y colaboradores en la Administración del Estado con sus sucesivos Consejos de Ministros y en la dirección de las grandes empresas públicas y privadas de España, sin olvidar la jerarquía eclesiástica baja, media y alta.

Así, sobre el terreno y de primera mano, aprenderán nuestros futuros separatistas/nacionalistas/independentistas cómo funciona la máquina del Estado y, ante todo, cómo se monta y se gestiona una Administración pública.

Para todos ellos, mentores e ideólogos incluidos, la lucha contra el franquismo es espionaje y, a partir de cierto momento, sabotaje.

Lo suyo, lo de siempre.

Con la llegada de la democracia a España –democracia formal,  no real y universal–, los dirigentes de la presunta izquierda catalana, tras burlar la ingenua vigilancia de los socialistas andaluces y castellanos, recluirán a los inmigrantes españoles en las cavernas del PSC. Aquí tendrán   derecho de voto pero nunca de elección y/o decisión, medida ominosa que permitirá a burgueses   tan desleales y reaccionarios como los Maragall, los Obiols y los Raventós comercializar sus votos como votos catalanes/catalanistas y endosárselos al PSOE en pago de transferencias de competencias y otros servicios (trapicheo político a la catalana).

La medida –apropiarse de los votos de los españoles de Cataluña, en su inmensa mayoría de izquierdas por extracción social, y comercializarlos como votos catalanoseparatistas– será practicada una y otra vez, con variantes adaptadas a las condiciones del momento, por el inclusivo y excluyente Partido Único de Catalunya, dirigido y coordinado por la derecha regional a lo largo de la etapa formalmente democrática, hasta hoy. Para éste, los resultados serán excelentes, máxime toda vez que ni los perjudicados ni los dirigentes de sus partidos percibirán el fraude y, por lo tanto, no podrán remediarlo.

Yo me he permitido llamar a esa maniobra, cien veces practicada y siempre con éxito, envolvente catalana. En esencia coincide con lo que tradicionalmente se ha llamado el abrazo del oso, sólo que, por lo que sé, hasta ahora el catalán nunca ha empleado la fuerza.

En cualquier caso, después del PSC aplicó la maniobra la muy desleal y muy corrupta Convergencia de los Pujol con el Partido Popular y con el Gobierno de España y, acto seguido, una vez más el PSC del ideólogo Maragall  con el PSOE de Zapatero.

Ahora parece ser que estamos a punto de presenciar –¡padecer!– una nueva aplicación de la misma andrómina,  refinada y perfeccionada,  a cargo del ciudadano Rivera, aplicación que, si se quiere, puede verse como una versión actualizada de la Operación Roca, promovida tiempo ha por el incombustible Jordi Pujol i Soley.

Siempre he pensado que Miquel Roca fue sólo un subalterno que, a la vista del sesgo que tomaba la  startup, fue sacrificado como tal sin mayores consecuencias.

Dato a tener en cuenta en nuestra historia futura.

A mi entender, aunque sólo sea por razones de política internacional o geopolítica, el tal Rivera tiene muchas probabilidades de salirse con la suya y contribuir decisiva y definitivamente a que la  envolvente catalana se convierta en una tenaza con un gobierno abiertamente separatista en Cataluña y un partido de obediencia catalana, determinante y condicionante, en el conjunto de España.

Para mí, el ciudadano Rivera es, además de un actor convincente (¿criptoseparatista), alguien que ha recibido el encargo de preparar el terreno para que la burguesía catalana sustituya a la otrora indolente burguesía castellana al frente del Gobierno de España en un futuro próximo, ya programado.

A modo de resumen provisional podemos decir:

1) en Cataluña, los separatistas utilizan a los trabajadores españoles como fuerza de choque y carne de cañón en la lucha callejera y sindical contra el franquismo feneciente y, aun así, siempre temido. Falsos comunistas del PSUC y falsos socialistas del PSC actúan como elemento de tracción y enlace al servicio de la burguesía condal que, mientras tanto, sigue intrigando desde dentro y desde fuera del régimen franquista a la espera de la toma del poder;

2) los burgueses apostados en la izquierda por razones táctico-estratégicas  (Maragall, Obiols, Raventós, Sala y compañía) recluyen a los obreros españoles en las cavernas del PSC y corren a integrarse con sus conmilitones en el Partido Único de Catalunya;

3) desde aquí controlarán el país (Cataluña) y lo gobernarán de acuerdo con un régimen de alternancia. Al mismo tiempo, los prohombres del PSC, tras recluir a los obreros españoles (socialistas y comunistas), antiguos combatientes antifranquistas, en las cavernas del PSC y dejarlos sin voz, comercializarán sus votos endosándoselos al PSOE como votos catalanoseparatistas a cambio de un apoyo político siempre calculado e indefectiblemente desleal (marca de la casa);

4) como en Cataluña la política la hacen siempre y sólo los catalanes, tanto para ellos como para los no catalanes, no se reconoce la existencia de una comunidad de lengua y sentimiento españoles con derechos individuales y colectivos, a pesar de que esa comunidad existe y es claramente mayoritaria;

5) ahora, en sus proclamas independentistas, Artur Mas habla de una Cataluña de siete millones y medio de personas que pide mayoritariamente la independencia. Evidentemente, en esa cifra están incluidos los cuatro millones y medio de ciudadanos de lengua y sentimiento españoles que vienen sufriendo desde hace más de tres decenios  la opresión de una burguesía  siempre desleal, siempre oportunista y siempre inmoral.

Evidentemente, en la actual coyuntura yo fijo la destrucción y la desnaturalización de España como terminus ad quem  que, a mi modo de ver, debemos eludir por todos los medios disponibles porque entiendo que es el peor de los casos posibles y lamentablemente no el más alejado de nuestro horizonte político.

Fin de ciclo. ¿Fin de la historia de España?

Conclusiones

Durante decenios, a caballo de los siglos XIX y XX,  la clase empresarial catalana vivió entregada a sus negocios en el ámbito de la economía productiva y, nolens volens, aceptó y respetó la existencia de un poder político central superior, del que obtuvo a cambio medidas que protegían su actividad y en cierto modo blindaban su mercado, mercado español, frente a una más que probable y siempre temida competencia europea.

En las largas noches del franquismo –noches de reflexión y estudio, de intrigas y conjuras–, los ideólogos del catalanismo, tras llegar al convencimiento de que Cataluña, a la que ellos dicen representar, puede y debe tener un poder político soberano propio,  ponen en marcha un plan para conseguirlo.

Lamentablemente ese plan presenta todos los visos de una conjura y, lo que es peor, en la práctica su nueva clase dirigente se muestra interesada no sólo en hacerse con el poder político de una futura nación llamada Catalunya  sino también, y sobre todo, en convertir la política nacional en parcela privilegiada de la economía especulativa. Todo ello al servicio de la  burguesía catalana.

En mi opinión, eso no es nacionalismo; eso es un proyecto económico al servicio de un  capitalismo anacrónico por inhumano e irracionalmente explotador, cuando no algo aún peor.     

De acuerdo con el proyecto separatista en marcha, ni confesado ni explicado con claridad, la actual sociedad de Cataluña está formada por una comunidad minoritaria y dominante frente a una comunidad mayoritaria y dominada.  En la superficie, la línea divisoria entre una y otra podría ser la lengua, pero en el fondo se imponen y mandan los intereses económicos de casta, clase y comunidad.

¿Y el sentimiento de pertenencia? Retórica y sólo retórica.

En cualquier caso, hoy y aquí, la política la hacen casi exclusivamente los catalanes, tanto para ellos como para los no catalanes. Y es sabido que, para un separatista, catalán es él y el que él dicta que es catalán.

De hecho, actualmente Cataluña es una dictadura burguesa con una mínima apariencia democrática. Es cierto que hay un pequeño outlet, pero también lo es que ese outlet cumple funciones de respiradero para disidentes y nostálgicos, además de la función específica de coartada y añagaza democrática.

Ahora, la burguesía condal –heredera de las cuatrocientas familias históricas– controla, además de la actividad económica tradicional,  las actividades de todas y cada una de las ramas y ramificaciones políticas, sociales y económicas del Partido Único de Catalunya, aunque sobre el papel  aquí existan formaciones que responden a las ideologías de todo el espectro social.

En estos momentos, el  Partido Único de Cataluña está llamado a cumplir funciones de Frente Nacional.

Para los separatistas, la comunidad de lengua y sentimiento españoles de Cataluña no existe y por lo tanto sus miembros no tienen derechos, ni individuales ni colectivos, ni lingüísticos ni políticos, ni humanos ni cívicos, a pesar de que esa comunidad, además de ser claramente mayoritaria, ha venido soportando y soporta casi en su totalidad y en exclusiva el peso de la economía productiva de Cataluña, mientras que los miembros de  la burguesía, tras apoderarse de los resortes de poder y representación democrática, vienen dedicándose con total impunidad a amasar fortunas inmensas mediante operaciones, en su mayoría ilícitas, en el ámbito de la economía especulativa, al que ahora es obligado adscribir el feudo de la  política.

En su cinismo, Artur Mas llega al extremo de incluir los cuatro millones y medio de personas que integran la comunidad de lengua y sentimiento españoles en el total de la población de Cataluña (siete millones y medio) cuando habla de un pueblo que quiere la independencia.

En mi opinión, todas las instituciones políticas de Cataluña nacidas con la llamada transición democrática son ilegítimas y ademocráticas, en cuanto que proceden de una cadena de fraudes de ley, articulada en una conjura, y responden prioritaria o exclusivamente a los intereses de una minoría demográfica, social y política dominante y opresora.
Por todo ello, considero que ha llegado la hora de imponer de nuevo el imperio de la ley en el conjunto de España para, acto seguido, desmontar la dictadura separatista de Cataluña y procesar a todos sus responsables.