Constitución y lealtad
Entiendo que si en una bóveda los nervios que la sostienen convergen en un punto central mediante una pieza en forma de cuña llamada clave, las ideologías que representan a las formaciones políticas de una sociedad constituida en Estado de derecho deben converger, a través de los programas respectivos, en su Constitución, entendida como referente supremo y elemento de unión de los ciudadanos.
Esa Constitución recoge y plasma la voluntad de convivir en paz y en libertad expresada por los miembros de la sociedad que la creó y la selló mediante un pacto de lealtad.
Para mí el patriotismo es la expresión suprema de la lealtad a la Constitución, al Estado de derecho y a la democracia en cuanto régimen político.
Si no hay lealtad no hay Constitución y no hay Estado de derecho; en otras palabras, si los nervios de la bóveda no convergen en la clave, la bóveda no se sostiene.
Lamentablemente, nuestra Constitución no une a todos los ciudadanos de esta sociedad llamada España, pues hay grupúsculos (equivalentes a un diez o un quince por ciento de su población) dispuestos a infringir sus leyes y a manipularlas de manera sistemática en beneficio propio y en contra de los intereses generales de la mayoría de sus ciudadanos.
Para colmo, gracias a sus actividades delictivas, esos grupúsculos tienen hoy una representación oficial que no les corresponde en términos democráticos, habida cuenta de que la democracia se rige básicamente por criterios aritméticos.
En mi opinión, los que infringen las leyes, conculcan la Constitución y manipulan sus disposiciones tienen derecho a vivir pero no a dirigir la vida pública de una sociedad, exigiendo a sus miembros lo que ellos no hacen y deben hacer.