Rajoy-Sánchez, debate entre perdedores
Cinco consideraciones
Primera consideración: la acusación como tema del debate
A mi entender, tanto el debate como su ambiente giraron en torno a una acusación: en el seno del PP existe desde hace tiempo –a buen seguro, desde hace años, incluso decenios–, un grave problema de corrupción que este partido no sólo no ha resuelto sino que ni siquiera ha abordado con sentido de la justicia e inteligencia.
Para los dirigentes populares, la corrupción registrada en el seno de su partido es como una maldición que los ha tenido y los tiene atados sin dejarlos moverse libremente. De hecho, en la noche del lunes, 14 de diciembre, uno tenía la sensación de que Mariano Rajoy no se atrevía a respirar con normalidad, sabedor de que el aire estaba viciado.
Para mí existen pruebas más que suficientes de que en el partido del Gobierno hubo corrupción estructural y de que esa corrupción sigue pesando como una losa sepulcral sobre Rajoy como último representante de la cadena de mando del partido.
Segunda consideración: naturaleza de la corrupción
¿En qué consistió exactamente la corrupción?
En política, la inmensa mayoría de los casos de corrupción son casos de malversación de fondos públicos; en este caso, fondos que el Partido Popular recaudaba de manera indebida y «administraba» también de manera indebida.
Tercera consideración: tratamiento correcto
Entiendo que los dirigentes del Partido Popular deberían haber judicializado el caso y haberlo puesto en manos de la autoridad competente para que lo investigara y le diera respuesta de acuerdo con la Ley.
Eso, justamente eso, es lo que, a mi entender, el PP tendrá que hacer a la postre para salir del embrollo en el que se encuentra y cuya última víctima, hasta ahora, ha sido y es Mariano Rajo, persona «no decente».
Cuarta consideración: ¿acusación o insulto?
La acusación de Pedro Sánchez es, a todas luces, un insulto sin fundamento jurídico. Con un poco más de sangre fría, el insultado podría haberle pedido/exigido que formulara su acusación en términos concretos y jurídicos para, acto seguido, comunicarle que le demandaría por calumnia y difamación.
En tal supuesto, esa habría sido posiblemente una primera consecuencia de la judicialización del caso en favor de Mariano Rajoy. Como éste no actuó así, la acusación-insulto se trocó en una afrenta humillante para el político popular, que quedó visiblemente afectado por lo que él y muchos televidentes consideraron un inadmisible golpe bajo.
¿Había entre los debatientes algún pacto que el socialista menos que socialista no respetó y, al no respetar, provocó el desconcierto y la ira del dirigente popular?
No estoy seguro. De lo que estoy seguro es de que, si hubo pacto, éste respetó el compromiso, pues no devolvió el golpe. Sorprendente.
Quinta consideración: otra manera de debatir y atacar
Considero que, si Pedro Sánchez tenía pensado hablar de la corrupción en el Partido Popular, habría podido formular el ataque en términos genéricos o teóricos y remitirse expresamente a la ley; por ejemplo, describiendo la situación de un partido nacional que se encuentra atrapado en un caso de corrupción estructural del que trata de salir por vía política, no judicial, etcétera, etcétera. El enfoque no sólo habría sido probablemente más eficaz sino que además le habría mantenido a salvo de posibles contraataques de su oponente.
La experiencia me dice que la ley es siempre, además de referente máximo, el mejor parachoques.
Por lo demás, creo sinceramente que el debate lo ganó Albert Rivera, el primero de la clase (al menos, en inteligencia emocional), dicho sea con la venia del profesor Pablo Iglesias.