Artículos del día 3 de marzo de 2016

Ecos de Umberto: traducción y arquitectura

Entiendo que, cuando el traductor se dispone a realizar su trabajo, adopta una perspectiva global. Dicha perspectiva  responde a un enfoque deductivo y en la práctica constituye la evocación y la  invocación  de un contexto.

En ese contexto está de una manera u otra todo lo que el traductor sabe y conoce. Y, naturalmente, también lo que ni sabe ni conoce, o sea, sus límites.

Toda cosmovisión humana es, al parecer, un espacio iluminado y limitado.

Situado ante el texto que quiere traducir, el traductor cambia de perspectiva y adopta un enfoque inductivo para centrarse y concentrarse en su tarea inmediata y concreta.

En ese momento, el texto original se convierte en un metatexto a partir del cual el traductor crea un texto objeto o teletexto que en rigor y para él es el original en cuanto que es obra suya y antes no existía.

Curiosamente, cuando el texto traducido pasa a manos del lector, se convierte para este en un metatexto con ayuda del cual podrá acceder al contenido del original (ahora texto objeto o teletexto), posibilidad que en otro caso le estaría vedada o, más exactamente, le seguiría estando vedada.

El traductor es social y culturalmente un dragomán.

En el ámbito de la arquitectura, marcada durante mucho tiempo  por la inexorable ley de la gravedad,  vemos que toda construcción humana se inicia abajo y sigue un curso ascendente de ida y un enfoque inductivo  hasta que se llega al tejado.  Aquí,  en nuestro tiempo el constructor  adopta por lo común un enfoque deductivo y sigue un curso descendente de vuelta hasta llegar al suelo. Por lo tanto, éste es, a la vez, punto de partida y punto de llegada de un recorrido de ida y vuelta, ascendente-descendente  o, si se prefiere,  principio y fin  de un proceso inductivo-deductivo y deductivo-inductivo.

Resumen: el traductor, al traducir, deduce e induce; el constructor, al construir, induce y deduce.