Ecos de Umberto: traducción y arquitectura
Entiendo que, cuando el traductor se dispone a realizar su trabajo, adopta una perspectiva global. Dicha perspectiva responde a un enfoque deductivo y en la práctica constituye la evocación y la invocación de un contexto.
En ese contexto está de una manera u otra todo lo que el traductor sabe y conoce. Y, naturalmente, también lo que ni sabe ni conoce, o sea, sus límites.
Toda cosmovisión humana es, al parecer, un espacio iluminado y limitado.
Situado ante el texto que quiere traducir, el traductor cambia de perspectiva y adopta un enfoque inductivo para centrarse y concentrarse en su tarea inmediata y concreta.
En ese momento, el texto original se convierte en un metatexto a partir del cual el traductor crea un texto objeto o teletexto que en rigor y para él es el original en cuanto que es obra suya y antes no existía.
Curiosamente, cuando el texto traducido pasa a manos del lector, se convierte para este en un metatexto con ayuda del cual podrá acceder al contenido del original (ahora texto objeto o teletexto), posibilidad que en otro caso le estaría vedada o, más exactamente, le seguiría estando vedada.
El traductor es social y culturalmente un dragomán.
En el ámbito de la arquitectura, marcada durante mucho tiempo por la inexorable ley de la gravedad, vemos que toda construcción humana se inicia abajo y sigue un curso ascendente de ida y un enfoque inductivo hasta que se llega al tejado. Aquí, en nuestro tiempo el constructor adopta por lo común un enfoque deductivo y sigue un curso descendente de vuelta hasta llegar al suelo. Por lo tanto, éste es, a la vez, punto de partida y punto de llegada de un recorrido de ida y vuelta, ascendente-descendente o, si se prefiere, principio y fin de un proceso inductivo-deductivo y deductivo-inductivo.
Resumen: el traductor, al traducir, deduce e induce; el constructor, al construir, induce y deduce.
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